Foodini es un artefacto con forma de caja que provoca el asombro de cualquiera que lo ve en acción. No es extraño, ya que este ingenio, desarrollado por la empresa Natural Machines de Barcelona, es una impresora 3D de alimentos. Un invento que promete sublevar las cocinas y convertirse en la revolución culinaria más impactante de las últimas décadas.

Su funcionamiento es muy sencillo: tiene seis cápsulas o compartimientos, donde se cargan los productos comestibles. Con ayuda de una aplicación para teléfonos inteligentes o tabletas, se programa una receta y la máquina se encarga de combinar, capa por capa, los ingredientes almacenados previamente. Por ejemplo, si quieres cenar raviolis, solo tienes que distribuir la masa en los apartados correspondientes, presionar unos botones y listo: la máquina mezclará los elementos, les dará forma y los dejará a punto para llevar el plato al horno.

La Foodini no está sola. A 30 años de que el estadounidense Chuck Hull inventara la primera impresora 3D (una tecnología con la que ya se pueden replicar orejas, vasos sanguíneos, riñones, piel, vejigas, huesos, ropa, guitarras, violines, flautas, automóviles, armas, lo que sea), cada poco surgen nuevos contendientes.

Como las del modelo ChefJet, de la empresa 3D System, que reproducen las más diversas figuras utilizando como materia prima chocolate, azúcares y diversos materiales comestibles. La máquina distribuye finas capas del ingrediente principal, que se rocían con agua. Con ella se pueden hacer postres personalizados: desde dulces de cacao con aspecto de estrellas a caramelos cúbicos.

Hamburguesa para animalistas

En un futuro cercano podría ser posible no tener que sacrificar animales para comerlas. La empresa Modern Meadow está trabajando en un diseño para imprimir carne cruda.

Impresora Foodini

Este modelo permite obtener pasteles y platos de cocina italiana.

La comida del futuro

La NASA pretende que los astronautas se alimenten algún día con pizzas parecidas a esta, pero impresas en lugar de cocinadas.
¿Se venderán en el super? Este tipo de impresoras funcionan con cartuchos que, en vez de tinta, contienen los ingredientes de los platos.

El plato ideal

Uno de los objetivos de Foodini es fabricar una pizza que contenga el número de nutrientes exacto para resultar a la vez saludable y sabrosa.

Manduca perfecta
¿Cómo se consigue? ¿Depende de la creatividad del chef, de la calidad de los ingredientes o de los secretos del cocinero? Estas fueron las preguntas que llevaron a los creativos de IBM a explorar el terreno culinario y convertir a la supercomputadora Watson en un auténtico artista de los fogones.

Creado en 2003, no se trata de un ordenador cualquiera. Puede almacenar términos y relacionarlos hasta un imaginario infinito; además de que es capaz de “entender” el lenguaje humano.
“Hace dos años nos pusimos a debatir sobre si una máquina puede ser creativa”, explica el ingeniero Florian Pinel. Para llevar a Watson a la cocina, sus programadores le suministraron información relacionada con los compuestos volátiles en los alimentos. El análisis de estos materiales demuestra si a nivel molecular una determinada combinación de ingredientes tiene un sabor agradable. Después, con la ayuda del Institute of Culinary Education, de Nueva York, el equipo de IBM “alimentó” a Watson con más de 30.000 recetas. Con todas ellas, la computadora hizo “mezclas” gratas para el paladar, proponiendo recetas como el pudin belga de tocino y el burrito australiano de chocolate. Los creadores de este experimento la han bautizado como “comida cognitiva”. Watson y un par de chefs mostraron las recetas resultantes a los asistentes al South by Southwest, en Austin, Texas. Los comensales podían elegir un tipo de comida, dos o tres ingredientes y la sorpresa o la familiaridad con la que querían su almuerzo. 
El ordenador les proponía como resultado hasta 10 combinaciones de cada plato.
¿Pero dónde queda la aportación del chef? “Si el menú necesitara un extra, la máquina lo habría puesto en la receta”, dice, orgulloso, Pinel.

Más de 30 años de vida

Hace tres décadas, el estadounidense Chuck Hull tuvo una idea brillante. Este hombre trabajaba para una empresa que hacía revestimientos para mesas, utilizando para ello luz ultravioleta. En 1983 se le ocurrió un método para imprimir objetos tridimensionales a partir de datos digitales. Lo llamó estereolitografía y lo patentó bajo el número 4.575.330. Sus prototipos, que utilizaban láser con radiación UV para realizar la impresión de los materiales y la adición de las diferentes capas, abrieron las puertas al movimiento maker, que fomenta el cambio en el diseño de productos. El primer objeto que Hull obtuvo fue una taza. Con ella inició una revolución que parece imparable.

Impresora chefjet

1.- Prepara cualquier tipo de postre en tres sencillas etapas.

2.- Se crea un modelo tridimensional del objeto a crear con ayuda del ordenador.
3.- Formar capas Un programa divide el modelo en capas, para que sirva de patrón.

4.- Acabado final. La máquina distribuye una capa de azúcar y la rocía con agua. ¡Y ya está listo!

El futuro será en 4D

Aún no nos hemos adaptado del todo a las impresoras 3D y ya se habla de sus sucesoras: las de la generación 4D. A las dimensiones espaciales ahora se les suma el tiempo. El arquitecto Skylar Tibbits, del MIT, impulsa el desarrollo de una tecnología que puede crear estructuras con la capacidad de transformarse. Es decir, con la habilidad de cambiar de aspecto. “En el futuro podríamos diseñar algo, imprimirlo y que a continuación evolucione por sí solo, en cuanto a imagen y estructura”, afirmó Tibbits. 

1.- Printrbot simple. 219,96 €
2.- One up. 146,46 €

3.- Peachy printer. 73,33 €
4.- Makibox. 146,46 €
5.- Foodini. 953,29 €




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