La semana pasada María salió llorando del supermercado. Hizo algo de lo que se arrepiente, pero sobre lo que no ha podido parar de pensar. Nada más llegar a casa sintió que necesitaba escribir lo sucedido en su muro de Facebook.
Eran las 11 de la mañana, María había salido a comprar. Cuando estaba a punto de entrar en el establecimiento, vio que una dependienta del supermercado empujaba un carro lleno de racimos de plátanos.
La mujer se dirigió a un contenedor de basura y empezó a lanzarlos dentro, uno tras otro.
María no lo había hecho nunca, pero se acercó a la dependienta y le pidió si podía darle algunos, ya que estaban en buen muy estado. La mujer le dijo que no, que tenía que tirarlos.
María insistió para que dejara algunos fuera del contenedor, que era clienta suya, de hecho venía a comprar. Con su embarazo de 8 meses no se veía capaz de trepar y alcanzar la fruta del fondo, pero la dependienta se negó en seco.
Entonces María se dio media vuelta y entró en la tienda dispuesta a olvidarse del asunto. Mientras caminaba por los pasillos sintió un calor inmenso que la paralizaba: era la rabia.
Cuando María pasó por caja no pudo contenerse:
– La política de su empresa es una mierda.
– ¿Cómo?
– Yo se lo digo por lo de ahí fuera, ¿no le da vergüenza tirar toda esa comida incluso cuando alguien se la pide?
– Yo estoy obligada.
– Pues va a ser usted empleada del año, pero es una ciudadana de mierda.
– Lo primero es mi trabajo, no voy a arriesgar mi empleo.
– Ya pueden darle un premio, ya.
– ¿Y qué tengo que hacer?
– ¡Desobediencia civil, señora! Puede dejar unos plátanos fuera con un poquito de discreción.
– ¡Anda ya!
La dependienta miró a María con cara de desdén, ella le reprochó su falta de valores. La mujer empezó a temblar, a mirar a otro lado, y María se giró hacia el resto de la cola, buscando complicidad. La única clienta, una mujer mayor, la miró con repulsa. Con ojos de “aquí pagamos todos y tú te crees muy lista”.
María Vera sabe que la mujer le decía eso con la mirada, pues esta actriz de 32 años se ha dedicado siempre al teatro.
Nos recibe con una gran sonrisa y un vientre abultadísimo a pesar del calor que está haciendo estos días en Barcelona: tiene ganas de dejar claro que la escena que protagonizó junto a la dependienta fue para ella mucho más que una discusión tonta.
Una semana después no ha vuelto al supermercado, "me da vergüenza, fui grosera y maleducada con esa mujer, no tengo derecho a juzgarla", pero los racimos de plátanos amarillos y sanos no se le van de la cabeza.
"Desde que escribí el post en Facebook no he parado de recibir mensajes. Me han llamado gorrona, me han dicho que he querido dar pena con mi embarazo, pero sobre todo me han contado muchas experiencias similares y mucho peores".
Lo que le ocurrió a María es algo incomprensible pero tristemente habitual:a nivel mundial, entre 1.200 y 2.000 millones de toneladas de alimentos ni siquiera llegan al plato. Se calcula que 89 millones de toneladas de comida se tiran a la basura cada año en Europa.
Y eso que al menos 795 millones de personas no tienen nada que comer.
Las causas de tanto desperdicio son múltiples: fechas de vencimiento innecesariamente estrictas, promociones del tipo 2x1, despilfarro a la hora de comprar y la exigencia de alimentos estéticamente perfectos.
María se ha topado con una política que muchos supermercados comparten a falta de una ley que lo regule en España: los alimentos a punto de caducar o defectuosos se tiran a la basura al finalizar la jornada, nunca se donan a personas que los reclaman en el mismo establecimiento. "No quieren ver a esa gente en su puerta".
Por eso cuando cae la noche hay tanta gente que aborda los contenedores. Saben que allí dentro no hay basura, sino alimentos en buen estado: "Lo peor de todo es cuando pinchan envases, rompen yogures para que estén inservibles".
Puede que los supermercados no quieran generar un "efecto llamada", evitar que se extienda la idea de que hay buena comida por la que no hace falta pagar. El reciclaje, en definitiva, podría frenar el consumo e incluso propiciar iniciativas "antisistema".
También hay medidas extremas, como la que hace dos veranos aprobó el Ayuntamiento de Gerona: poner candados en los contenedores cercanos a los supermercados para evitar que la gente hurgue en ellos. El argumento fue que es un "riesgo para la salud y provoca alarma social".
Claro que no ingerir alimentos puede ser aún más perjudicial para la salud.
"No fue por necesidad, le pedí los plátanos porque me parecía un delito". María quiere escribir una carta los gerentes de la franquicia: "Quiero pedirle perdón a la señora, todos nos convertimos en gente de mierda y yo me comporté como tal. Pero también quiero exigir a los dueños que no obliguen a los trabajadores hacer algo que jamás harían en su casa".
A María le impresionó el miedo de la dependienta: "La vi asustada de verdad. Es horrible que un trabajo te ponga contra las cuerdas y te obligue a ser injusto, a actuar en contra de tus principios. Conozco a mucha gente deprimida porque sus empleos les hacen sentir malas personas".
La crisis económica nos ha impuesto papeles que nunca hemos querido interpretar. Sueldos bajos, contratos temporales, inestabilidad, trabajos precarios que consiguen retenernos, que nos carcomen y someten en pos de la supervivencia.
"Esta mujer cobra muy poco, no llegará ni a los 800 euros. Seguramente en su casa dependan de ese mísero dinero y tiene que defender su puesto de trabajo. Sólo hay dos grupos de personas que no tienen miedo: los muy ricos y los que no tienen nada. Los del medio, la mayoría, son los que temen perder lo poco que les queda".
La crisis también ha generado más presión social en contra del desperdicio de comida, y los últimos años los supermercados han empezado a donar los productos sobrantes a bancos de alimentos y ONGs.
En 2012 el programa de televisión Salvados desveló que sólo un 20% de los supermercados españoles donaba un porcentaje de sus sobras. El pasado enero la asociación de consumidores FACUA encuestó a 28 cadenas de supermercados e hipermercados: sólo 8 aclararon qué hacen con lo que no han conseguido vender. Sigue siendo una realidad bastante opaca.
Francia se ha convertido en el país pionero en esta materia: la Ley de Transición Energética recientemente aprobada por la Asamblea Nacional prohibirá a los supermercados tirar alimentos perecederos a la basura, deberán donarlos a comedores sociales, a la alimentación animal o a la fabricación de abonos agrícolas.
Además de conseguir que este tipo de políticas se aprueben con urgencia en todo el mundo, a María le parece necesario que cambiemos la mentalidad depredadora que se despierta con la escasez:
"Los niños siempre comparten porque es lo más natural e inteligente. Los adultos, en cambio, nos volvemos egoístas. Si tú estás jodido, quieres que los demás lo pasen mal. Es el caso de un comedor escolar que conozco: los padres que pueden pagar la comida de sus hijos rechazan que con las sobras se invite a los niños que no pueden pagar el menú. Ya no sé quién tiene la culpa, nos merecemos el miedo si lo usamos así".
María se siente mal por haber gritado a la dependienta, ella no es responsable de una normativa injusta. No se la puede señalar ni juzgar por algo que todos hacemos: sobrevivir, mantener a quienes tenemos a nuestro cargo, aceptar malas condiciones como mal menor.
Pero frases como "hago lo que me mandan" y "no queda otra" no pueden convertirse en la última respuesta, en las palabras definitivas que cierran cualquier debate.
Sencillamente, debe ser posible seguir hablando, pensando. No es imperativo que nadie salga herido. El plan contrario no es muy alentador: nuestra estrategia para sobrevivir puede convertirse en la trampa que destruya nuestra existencia.
La crisis también ha generado más presión social en contra del desperdicio de comida, y los últimos años los supermercados han empezado a donar los productos sobrantes a bancos de alimentos y ONGs.
En 2012 el programa de televisión Salvados desveló que sólo un 20% de los supermercados españoles donaba un porcentaje de sus sobras. El pasado enero la asociación de consumidores FACUA encuestó a 28 cadenas de supermercados e hipermercados: sólo 8 aclararon qué hacen con lo que no han conseguido vender. Sigue siendo una realidad bastante opaca.
Francia se ha convertido en el país pionero en esta materia: la Ley de Transición Energética recientemente aprobada por la Asamblea Nacional prohibirá a los supermercados tirar alimentos perecederos a la basura, deberán donarlos a comedores sociales, a la alimentación animal o a la fabricación de abonos agrícolas.
Además de conseguir que este tipo de políticas se aprueben con urgencia en todo el mundo, a María le parece necesario que cambiemos la mentalidad depredadora que se despierta con la escasez:
"Los niños siempre comparten porque es lo más natural e inteligente. Los adultos, en cambio, nos volvemos egoístas. Si tú estás jodido, quieres que los demás lo pasen mal. Es el caso de un comedor escolar que conozco: los padres que pueden pagar la comida de sus hijos rechazan que con las sobras se invite a los niños que no pueden pagar el menú. Ya no sé quién tiene la culpa, nos merecemos el miedo si lo usamos así".
María se siente mal por haber gritado a la dependienta, ella no es responsable de una normativa injusta. No se la puede señalar ni juzgar por algo que todos hacemos: sobrevivir, mantener a quienes tenemos a nuestro cargo, aceptar malas condiciones como mal menor.
Pero frases como "hago lo que me mandan" y "no queda otra" no pueden convertirse en la última respuesta, en las palabras definitivas que cierran cualquier debate.
Sencillamente, debe ser posible seguir hablando, pensando. No es imperativo que nadie salga herido. El plan contrario no es muy alentador: nuestra estrategia para sobrevivir puede convertirse en la trampa que destruya nuestra existencia.