«Los niños se han quedado sin palabras». La frase suena rotunda pero es la mejor forma que a Nuria Pérez Paredes se le ocurre para resumir la conclusión a la que llegó tras el hallazgo de una de sus hijas.

Aquella frase («No adoptes ese aire tan solemne») en el libro de Enid Blyton que la propia Nuria leía de pequeña había mutado a una mucho más liviana («No pongas esa cara tan seria») en la nueva versión que ahora leen sus hijas. ¿Por qué? ¿Es que los niños de ahora serían incapaces de entender la original?

Para la escritora Ellen Duthie, la conclusión a la que llega Nuria guarda relación con la tendencia a entontecer que detecta tanto en los contenidos audiovisuales como en los escritos dirigidos a niños.

En ese proceso de entontecimiento no está exenta la población adulta, ni mucho menos. «En la televisión (también la que va dirigida a adultos) todo tiene que ir “picadito”, con interrupciones cada cinco minutos, no vaya a ser que no podamos concentrarnos durante más tiempo seguido, el vocabulario es reducido y desaparecieron los programas culturales o se relegaron a horarios imposibles de madrugada. En la prensa escrita el vocabulario no es mucho mejor, y cada vez cuesta más encontrar análisis profundos, información contrastada, o reportajes que tengan en cuenta la complejidad de la realidad y las distintas perspectivas de un mismo fenómeno».

Cristina Felio (editora de Timun Mas), en cambio, cree que el hecho de que en las publicaciones para niños pueda detectarse cierta merma en el vocabulario responde a una cuestión mucho más práctica: «Lo que, en mi opinión, sí está ocurriendo es que los intereses de los lectores están variando con el tiempo. Novelas que en su día fueron escritas para un lector de más de 12 años, ya no interesan tanto a los lectores actuales de esas edades, sino a lectores menores. De ahí la necesidad de adaptar el lenguaje».

Ante el temor de que el niño se frustre por no entender una palabra y abandone la lectura, el escritor y/o la editorial opta por sinónimos más del día a día.

Al igual que Nuria Pérez Paredes, Ellen ¿? Tiene claro que la tendencia a simplificar y a evitar palabras demasiado complejas es un hecho tanto en España como en la literatura infantil de otros países.

«Si vemos, por ejemplo, en Estados Unidos, los álbumes clásicos de los 60 y 70 y comparamos el vocabulario con los libros que se publican ahora, la diferencia es evidente. A un William Steig (el autor de Shrek! y de muchísimos otros libros maravillosos) no le dejarían publicar ahora sus fantásticas historias repletas de ese vocabulario increíble. Tomi Ungerer y Sendak se toparían con un problema muy parecido»

A esto, Antonio Rubio añade el desuso de las bibliotecas escolares. «A cambio sí hay muchos deberes, urgencia de completar los currículos y muchas extraescolares, otro tipo de hiperconsumo con el único objetivo de tener al niño ocupado y falsamente acompañado».

El resultado es la pérdida de tiempo para los aprendizajes: «Se devoran tareas pero no hay pausas, no hay tiempos para asambleas, exposiciones, conversación, discusiones, razonamientos… Los métodos siguen siendo arcaicos y solo sirven para fabricar loritos».

El panorama se repite en el ámbito familiar.

«Es fácil asumir que jugar con los hijos es algo instintivo. Pero ahora muchas madres y padres tienen muy poca experiencia con bebés antes de llevarse el suyo a casa del hospital. Y nuestras ajetreadas vidas hacen que los adultos nos sintamos sobrepasados y muy cansados. Por eso muchas veces dejamos que del tiempo para jugar se ocupe la televisión o la tablet. Esta campaña proporciona a padres unas herramientas esenciales, y les aporta la seguridad y el conocimiento para jugar de manera enriquecedora con sus pequeños», explicaba la Presidenta de la Comisión para el Juego Infantil del Gobierno de Escocia, Sue Palmer, en el lanzamiento de la campaña.






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