Delicadas, mágicas y poderosas, casi como si fueran cuentos: así son las fotografías de Anka Zhuravleva.
Sus páginas comenzaron a volar por la habitación como si fueran pájaros, o como si fueran libélulas rebeldes del color del papel.
Pero la niña no se asustó de aquel terrible viento.
Ni de que las partituras volaran por la habitación.
Ella tomó un libro con sus propias manos.
Introdujo la cabeza en su tinta.
Se dejó llevar.
En ese momento pensó, ¿soy Alicia?
¿He entrado en la madriguera?
¿A dónde me llevan estas notas musicales? ¿Estaré perdiendo la cabeza?
¿He entrado en la madriguera?
¿A dónde me llevan estas notas musicales? ¿Estaré perdiendo la cabeza?
Cuando crees que te has vuelto loco, la cabeza se te llena de flores.
Ella creía que su viaje era imposible, que quizá estaba soñando, que probablemente todo eran imaginaciones, delirios, temblores.
Cuando era más pequeña, sus padres le habían leído cuentos de hadas en los que las niñas se perdían en la magia.
Pero esas cosas pasaban antes.
Esas cosas pertenecían al pasado, a las aldeas lejanas, a los Nunca Jamás.
Ella creía que su viaje era imposible, que quizá estaba soñando, que probablemente todo eran imaginaciones, delirios, temblores.
Cuando era más pequeña, sus padres le habían leído cuentos de hadas en los que las niñas se perdían en la magia.
Pero esas cosas pasaban antes.
Esas cosas pertenecían al pasado, a las aldeas lejanas, a los Nunca Jamás.
Fue entonces cuando frente a sus ojos emergió un camino sangriento.
Una carretera que olía a fresas y a muerte, a dulce y a amargo, a cariño y a desolación.
Los cuentos de hadas, pensó la niña, siempre han sido un poco así: crueles y tiernos al tiempo.
Tan breves como eternos.
"¿Qué cuento me habrá tocado vivir a mí?"
Una carretera que olía a fresas y a muerte, a dulce y a amargo, a cariño y a desolación.
Los cuentos de hadas, pensó la niña, siempre han sido un poco así: crueles y tiernos al tiempo.
Tan breves como eternos.
"¿Qué cuento me habrá tocado vivir a mí?"
Podría ser una historia de piratas.
O una de princesas.
O una de hermanastras malvadas.
O quizá una de animales parlanchines que aprendieron a cantar.
La niña, que no creía ya en los cuentos infantiles, miró al fondo del camino y supo, con la mirada firme, que el mundo nunca es como nos lo han contado, sino como nosotros lo queremos imaginar.
O una de princesas.
O una de hermanastras malvadas.
O quizá una de animales parlanchines que aprendieron a cantar.
La niña, que no creía ya en los cuentos infantiles, miró al fondo del camino y supo, con la mirada firme, que el mundo nunca es como nos lo han contado, sino como nosotros lo queremos imaginar.