¿Es el ser humano el único animal sobre la faz de la Tierra consciente de sí mismo?
Es una de las grandes preguntas de la existencia y, poco a poco, la ciencia va arrojando luz sobre la respuesta.
Tendemos a creernos los amos y señores del planeta solo por ser capaces de expresar nuestro miedo al paso del tiempo o al dolor ante la muerte, sin embargo, cada vez se va haciendo más evidente que no somos tan diferentes del resto de especies como nos pensamos.
Se ha demostrado que el propio ser humano no toma consciencia sobre su propio cuerpo hasta los 18 meses de vida. Cuando un bebé delante de un espejo empieza a tocar su reflejo, e incluso a “besarse”, no se está diferenciando mucho de un perro que, en la misma situación, se ladra a sí mismo amenazante.
Al igual que el perro, el bebé se piensa que está ante otro de su especie.
Un ejercicio común entre los padres que quieren comprobar si sus hijos ya son conscientes de su existencia es ponerlos ante un espejo con una pegatina donde se refleja su frente. Si el bebé se la toca en busca de la pegatina sobre su piel es que ya la ha adquirido.
Se llama la Prueba del espejo y se considera el Santo Grial de la consciencia desde que se inventara en 1970. El ser humanos no es el único animal que la ha pasado. Chimpancés, delfines y urracas también han dado muestras de reconocerse cuando se les ha sometido a ella. Sin embargo, otros animales de como algunos primates o pulpos se han sentido confusos ante su reflejo o lo han ignorado por completo. También los perros.
Según el estándar de la prueba, ello significaría que estos animales carecerían de autoconsciencia.
Sin embargo, durante los últimos años, miembros de la comunidad científica han empezado a cuestionar la validez del test. Algunos consideran que la consciencia abarca un espectro mucho más amplio que el reconocerse o no en un espejo. Bien pensado, ¿por qué debería significar algo un espejo para la mayoría de animales?
La concepción del mundo para un ser humano se basa, sobre todo, en lo que ve. No obstante, para otros animales son mucho más importantes otros sentidos.
En el caso de los perros. Aunque su visión es buena, no experimentan el mundo a través de los ojos sino del olfato y, por ello, están siendo el centro de pruebas más creativas con respecto a la consciencia animal.
Hace 15 años, un investigador de cognición animal llamado Marc Bekoff quiso poner en cuestión que el hecho de que su perro no pasara el test del espejo significase que no tuviera un concepto de sí mismo. Para ello, llevó a cabo un experimento con su propio perro, Jethro. Durante cinco años, se dedicó a sacar a su mascota a pasear con guantes cuando había nieve. Así podía saber dónde había orinado para mover el trozo de nieve sobre el que lo había hecho. Luego hacía lo mismo con la orina de otros perros. La idea era que, si Jethro mostraba menos interés en su orina que en la de otros perros, podría tratarse de un signo de autoconsciencia. Así fue.
A principios de este año, la científica Alexandra Horowitz llevó el test, conocido como la prueba de la nieve amarilla, al laboratorio. Pero, esta vez, con varios perros. Los datos aún están siendo analizados, pero los primeros resultados indican que, como en el caso de Jethro, los perros se sintieron menos interesados en su orina que en la de los demás.
Para Horowitz, no se puede decir que esto se trate de una prueba de consciencia pero sí de algo relacionado con la identidad.
Cuando un perro se ve reflejado en un espejo, lo único que percibe ante él es la imagen inodora de un perro en dos dimensiones, lo que podría explicar por qué algunos perros intentan pelearse con su propio reflejo, y otros simplemente lo ignoran.
Sin embargo, ahora que por fin la ciencia empieza a despegarse del espejo, un nuevo camino se ha abierto para la metafísica animal.