La historia que relato a continuación representa un hecho real y veraz que tuve el horror de vivir en mis propias carnes. Pueden creerlo o no, me da igual. Pero allĆ” ustedes. (Posiblemente mĆ”s de uno tambiĆ©n se haya visto en la misma situación). 

Esto ocurrió una calurosísima y a la vez tormentosa noche; posterior a la luna llena. Abrí la ventana para que entrase el fresco que trajo la tormenta y me metí en la cama con ropa interior adornada con cerdos mutantes hacia las 23:00. Di vueltas y mÔs vueltas, ”qué calor! Finalmente decidí despojarme de las sÔbanas y dormir con mi cuerpo al descubierto, sin mÔs protección que la luz de las farolas de la calle que se colaba por mi ventana.

Grave error. Al poco tiempo, sentí un escalofrío. Algo no iba bien, pero mis sÔbanas estaban en el suelo, desterradas por el bochorno de medianoche, de modo que no pude protegerme (porque me daba una pereza horrible moverme a por ellas cuando estaba a puntito de dormirme). Afuera, se estaba desatando una tormenta con rayos y truenos que me desasosegaban aún mÔs.

Cambié de postura en busca de la mayor comodidad para que mi cuerpo se rindiera de una vez por todas a Morfeo, y tras la acción, uno de mis pies quedó en el borde de la cama, con los dedos asomando por el precipicio sobre el parquet. Y entonces empezó todo.

Poco a poco, unos tentƔculos fluorescentes y pegajosos comenzaron a emerger por debajo del somier. Mis piernas y brazos desnudos desprotegidos por la poderosa sƔbana quedaron a merced de aquel monstruoso ser que habita bajo mi cama. Ahora sƩ que es real, sƩ que existe y que mis padres han estado mintiƩndome durante mucho tiempo.

El pegajoso tentÔculo se enroscó en mi tobillo. Me estremecí, agité mi cuerpo bruscamente, pero ya era tarde, estaba preso. El monstruo empezó a tirar muy lentamente hacia abajo y fui escurriéndome poco a poco por toda la cama hasta casi tocar el suelo, momento en el que ya no habría nada que hacer, pues entonces sería engullido por el monstruo.

Antes de que el pulgar de mi pie izquierdo tocase el suelo, en un movimiento fugaz logré agarrar la sÔbana que se encontraba colgando en el extremo de la cama. RÔpidamente envolví mi cuerpo con ella sin dejar un solo hueco libre mÔs que el del pie preso. En ese instante, el poder de la sabana derrotó al monstruo que inmediatamente soltó mi tobillo y volvió a descender a las profundidades de debajo de mi cama.

Moraleja: Por mucho calor que haga, nunca duermas destapado o serĆ”s atacado por el monstruo de debajo de la cama. 

Existe, no es un mito.




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