Atención, pregunta: ¿Si fueras un supervillano y estuvieras tramando un plan para exterminar de un plumazo a una notable porción de la Humanidad, qué método utilizarías? Permitanme que me responda a mí mismo, por más que no ejerza (de momento) de supervillano: yo contrataría a un puñado de desarrapados para que dejaran caer varios kilos de cianuro en los pantanos y depósitos de agua de las grandes ciudades del planeta. Por un puñado de ecus, en unas semanas habría liquidado a cientos de millones de personas, por envenenamiento, o de sed.

Pero cada supervillanillo tiene su librillo, así que hay alguno con menos imaginación (o más recursos) que ha decidido una opción mucho más compleja: fumigar a los humanos desde aviones a gran altura. Los aviones en cuestión estarían dejando su rastro letal en el cielo, en forma de los llamados “chemtrails” o “rastros químicos”, unas estelas que permanecen en la atmósfera más de lo normal. El argumento pertenece a una teoría de la conspiración muy difundida en ciertos foros de Internet y círculos antisistema y, eso mismo, conspiranoicos.

No voy a entrar en la composición química de las famosas estelas ni en su posible origen, porque otros lo han hecho antes mejor que yo, pero sí diseccionar algunos de los errores de bulto de la supuesta fumigación de los humanos:

1. No funciona. La primera pega gorda de la teoría de los chemtrails es que está funcionando de pena. Desde que Richard Finke denunciara el 1997 la existencia de los malignos chemtrails, la población del planeta ha aumentado en 1.000 millones de personas, de 6 a 7.000 millones. Podría argüirse que en modalidad business as usual (sin chemtrails) ya seríamos 7.500 millones. O tal vez que se trata de una muerte lenta, y no directa, inducida provocando la desertificación del planeta. En este sentido es difícil definirse, pues no existe tal cosa como una “teoría oficial” de la conspiración y cada “investigador suspicaz” tiene su propia hipótesis sobre el verdadero efecto de los chemtrails.


2. Es altamente ineficaz. Como decía en el punto anterior, el exterminio por fumigación no funciona por su propia esencia: lanzar gases a 10 kilómetros de altura y pretender que envenen la superficie es un dispendio químico carente de sentido. Es mucho más sencillo y barato hacer lo que hacemos cada día: poner a circular 1.000 millones de coches, motos y camiones en la superficie, expulsando todo tipo de gases nocivos por sus tubos de escape. Y aquí no hace falta conspiración porque todos somos cómplices.

3. Involucra a demasiada gente. ¿Cuánta gente está en el garlic para mantener todo el entramado de pilotos, organizadores y suministradores de veneno para nutrir los aviones? ¿Tienen familia esos pilotos? ¿Le están fumigando, acaso sin querer, como sugieren algunos conspiranoicos? Lo dicho: demasiadas alforjas para ese viaje.

Por supuesto, por el hecho de escribir este artículo, me convierto automáticamente en cómplice de la conspiración de los chemtrails, sumándome a otros ilustres infiltrados como, atención, los miles de meteorólogos que pronostican el tiempo alrededor del mundo

Por cierto, para desactivar los chemtrails que se forman encima de tu casa, lo mejor y mas efectivo es la energía orgónica...




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