En la vida cotidiana diariamente sufrimos dolor. Ya sea uno crónico por enfermedad o bien por cualquier causa originada en un momento puntual (un golpe, un pinchazo, una quemadura). La primera reacción que tenemos es alejarnos del dolor y otra es la de gritar. Pero, ¿por qué gritamos y qué conseguimos con eso? 

Imagínate que tienes ganas de ir al servicio en medio de la noche y vas a oscuras con la intención de no despertar a nadie. En ese momento no te percatas de que anoche alguien adelantó la silla para que no rozara la pared y te golpeas el dedo meñique del pie en una de sus patas. Lo primero que hace es agacharte y taparte la boca o morderte la mano del dolor que te produce. Sin embargo… ¡no puedes gritar! ¡AAAAAAHHH! te encantaría gritar, ¿verdad? Sabes que eso te ayudaría a calmar tu dolor. Bueno eso y coger la silla y tirarla por la ventana en señal de venganza…

¿Por qué gritamos?
Se realizó un estudio científico en el que se sometió a los presentes a baño de agua helada. A un grupo se les permitió gritar, insultar y hacer todo lo que quisieran, y el otro, tenían que estar totalmente mudos. ¿Imaginas cuál de ellos soportó mejor el dolor y estuvo más tiempo en el agua helada? Pues sí, el primer grupo. De hecho aguantaron muchísimo más tiempo porque, de cualquier forma, al gritar conseguimos aliviar el dolor físico.

Primero, antes de preguntarnos por qué nos alivia vamos comprender por qué gritamos. Es un instinto natural de nuestro cerebro cuya finalidad tiene varias respuestas. Por un lado gritando conseguimos asustar o intimidar a la persona que nos ha infringido dicho dolor (como un león rugiendo, los gladiadores en la arena o la danza Haka que utilizan los jugadores de Nueva Zelanda en rugby). La segunda teoría presume que gritamos porque queremos advertir a nuestros compañeros de que se alejen porque un peligro les acecha. Y la tercera, la que más nos gusta, es por instinto de protección y por motivos egoistas. Si estoy sufriendo un dolor grito para que alguien me oiga y venga a ayudarme. Cualquiera de estas tres teorías se acoplan y sirven para explicar la función del grito ante el dolor.
En los animales también se produce el mismo efecto

Entonces, ¿por qué nos alivia el dolor?
Sabiendo ya el motivo por el cuál gritamos, ahora queremos saber cómo es posible que se alivie el dolor cuando gritamos (directa o indirectamente). Esto ocurre porque las reacciones rápidas forjadas por los instintos se sitúan en la región de la amígdala. Esta se encarga de las funciones más básicas del hombre, como preparar acelerar el corazón o actuar de forma impulsiva cuando tenemos miedo. En este caso, cuando gritamos, y sobre todo cuando decimos palabrotas al sentir dolor, estamos activando el área de la amígdala, ofreciendo respuestas ante dichos estímulos, tales como fortalecer la musculación (por ejemplo, para huir o luchar) o reducir la sensación del dolor para continuar luchando ante el peligro que tenemos delante, en este caso la pata de la silla. 





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