¿Evitas pasar por debajo de una escalera? ¿Tienes un objeto especial para la buena suerte? ¿Tocas madera para evitar una mala situación? Todas las personas tenemos ciertas rutinas que forman parte de nuestras supersticiones. Detrás del acto aparentemente irracional yace un comportamiento evolutivo.


Los animales también desarrollan supersticiones, como lo demostró el psicólogo B.F. Skinner en un famoso experimento. Colocó a pichones en jaulas con un sistema automático que administraba comida cada 15 segundos. Tras observar el comportamiento natural de las aves, tapó las jaulas. Después de 50 minutos, las destapó para mostrar que todos los pichones habían desarrollado comportamientos distintos, rituales que repetían una y otra vez. La explicación detrás del fenómeno es sencilla: los pichones no saben que recibirán comida independientemente de sus actos.

Nosotros, como los pichones, desarrollamos supersticiones porque tendemos a repetir el comportamiento que fue seguido de éxito, aun si ambos hechos no están relacionados. Frente a la opción de averiguar cómo funciona el mundo para calcular el mejor resultado y la de repetir un comportamiento que en un pasado fue exitoso, nuestro cerebro tiende a escoger la segunda opción.

Los hábitos son útiles porque no requieren de un esfuerzo mental. Nuestro cerebro tiene antiguos mecanismos para adquirir nuevas rutinas, diseñadas por la evolución para no requerir un extenso racionamiento. Al igual que la disciplina y las costumbres, estos actos repetitivos se almacenan en los ganglios basales. Tener ciertos hábitos y supersticiones personales es un aspecto normal del ser humano.




ANUNCIO PATROCINADO



Con la tecnología de Blogger.