Se acabó. Fin. Off. Final de novela rosa, sin besos ni boda. Sientes que se te acabó el mundo. Por más que intentas levantar la cabeza no paras de lamentarte de tu calamidad. Pareces un disco rayado, no lo sacas de tu mente ni de tus conversaciones.
Habrá gente que te diga que fue lo mejor que ha podido pasar: “¡Por fin dejaste a ese zángano!” Pero tú sigues triste y, a pesar de que sabés que fue lo mejor, seguís sin poder hacer una vida normal. ¿Te suena esta situación? ¡Las veces que yo he sufrido así! Estas son algunas cosas que me han ayudado a mí a despecharme con ganas.
¿Querés llorar? LLORÁ. Llorar un despecho es lo mejor que hay, hasta que te duela. Aderézalo con recuerdos, pero de los más lindos. Llorá hasta que no te queden lágrimas. ¿Sabías que hay gente que le cuesta llorar? Si tú podés hacerlo ¡hacelo! Nada peor que tragarse el llanto, si no lo sacás te vas a enfermar. No olvides que esto es un DUELO.
Admití que te sentís mal. ¡Cómo nos cuesta aceptar que estamos tristes! Sobre todo si hemos crecido en un ambiente en el que está “mal visto”. Y más en el momento en el que las corrientes espirituales nos obligan a sonreír ¡CADA DÍA!
Leer frases como: ¡Hoy es un día maravilloso, sonríe! con ese dolor en el alma es UNA RATADA. Asume lo que sientes, tócate el alma, ten compasión de ti, abrázate. La tristeza hay que aprender a vivirla en toda su profundidad y no taparla con un “Estoy bien no pasa nada” ¡SÍ PASA! Y eso lo debes aceptar.
Cero autoengaños. Se terminó. PUNTO. Nada de “Él volverá”, “Él aún me ama, pero no se atreve a decírmelo”, “Ya verás como no tarda en llamarme”, “Le tiene miedo al compromiso por eso me dejó”, “Esa OTRA no es nadie”, “No vale él no es tan malo”… No señoritas, no nos auto engañemos. Aprovechá este momento para abrir los ojos de verdad y observar lo que ha pasado en realidad. Si ya te dijo que no te amaba, pues ya no te ama. Nada más.
Escribí. Si no has podido decirle todo lo que necesitabas y no quieres ni verlo ¡ESCRIBE! Haz cartas, todas cuantas sean necesarias. Escribí con detalle lo que sentiste y lo que sentís. Sacá TODO lo que tengas guardado en esa garganta, eso que no te deja respirar. Escribir es como hablar y no hace falta que se las entregues. Este es un ejercicio solo para ti, para aliviarte tú, para soltar todo aquello que guardaste por miedo a herir. Una vez sientas que has vaciado, quemá las cartas y déjalo ir.
Responsabilízate. El 50% de esa relación eras tú. La responsabilidad de que no haya funcionado no es solo de él. Revisa lo que hiciste tú para que no funcionara. ¿Qué no hiciste bien?, ¿Qué pasaste por alto?, ¿Qué no pediste?, ¿Qué no dijiste? Te aseguro que sabías que esto no iba a ninguna parte desde hace tiempo, pero no querías estar sola. O te daba miedo quedarte de nuevo “SIN”. En esos momentos no nos damos cuenta de que estiramos una Cuerda que en cualquier momento revienta para darnos en la cara. Responsabilizarse nos empodera, porque la próxima vez sabremos cómo hacerlo mejor.
Tiempo límite. Marcá un tiempo límite de sufrimiento. Una fecha, para ti. Una vez cumplida esa fecha haz como decía María Félix: “A un hombre se le llora 3 días y al cuarto te pones tacones y ropa nueva” La vida sigue, una mal paso no te hace menos. Nadie se muere por nadie y nadie se muere de amor, eso te lo aseguro.