De estrella de rock a tipo de barrio en un país que no nació pero considera propio, el Pelado sigue viviendo experiencias extremas y reencontrándose con el éxito.

Gustavo Cordera durmió en hoteles cinco estrellas y también en cantegriles.Llenó estadios y tuvo un solo espectador en Barcelona. Compuso himnos del rock argentino y fue tildado de "traidor" por abandonar la Bersuit Vergarabat. Insulta a sus excompañeros de banda, pero a veces sueña con ellos. Fue robado siete veces en dos años y fue quien robó hace 20 para llevarle de comer a su familia. Se viste con ropa estridente y se pasea desnudo por las playas de Rocha. Tiene un discurso politizado, pero prefiere morirse de hambre antes que tocar para un partido político. Estuvo con decenas de mujeres, pero asegura que Estela, su pareja, es el sostén de su vida. Su estado de ánimo fluctúa entre la euforia y el bajón.Y aunque ha hecho de la contradicción su bandera, termina visitando al psicólogo luego de cada giro para manejar la culpa que esos cambios le producen.

Entre el rock contestatario, la cumbia bailantera, el punk nostálgico y la melodía romántica se ubica este ícono argentino de 53 años que eligió Uruguay para vivir. O para desintoxicarse. Es que venía de una rutina de drogas y del "aplastamiento que produce el éxito", cuando el esposo de su amiga Maitena lo convenció de mudarse en 2006 a La Paloma.

Allí, a quince cuadras del centro del balneario, una camioneta 4x4 con matrícula argentina estacionada sobre una calle de tierraevidencia que ese es el lugar elegido por el Pelado —como se lo conoce por su mayor distintivo físico— para criar a sus tres hijos y darles "la posibilidad de que vayan a la escuela pública". Es un terreno baldío, en plena construcción, que al fondo tiene una casa de barro con techo de pasto. Las puertas están cerradas y las cortinas naranjas no dejan ver el interior. Un obrero que trabaja en la edificación —toda con arquitectura sustentable— indica que la entrada es por atrás. Dos perras dan la bienvenida. Adentro está él, rodeado por instrumentos musicales, libros, discos y regalos que juntó en sus años de gloria.

Sí, ocho años antes de esta mudanza, su banda era una de las más convocantes del Río de la Plata y él esa figura excluyente a la que se le perdonaba, incluso, desnudarse en escena y masturbarse frente al público chileno. "Todo un ejercicio de liberación", reflexiona a la distancia, aunque admite que quedó "perturbado" cuando fueron sus hijos más pequeños —Yanela y Gino— quienes viralizaron en Internet las fotos del episodio.
FAMA.
Cuando llegó a La Paloma los lugareños lo miraban con "desconfianza". En los dos primeros años lo robaron siete veces, hasta que él mismo entró a la casa del ladrón —por eso de que en el balneario "se conocen todos"— y lo increpó: "Mirá, 20 años antes que vos yo ya robaba. Podemos jugar a que vos me sacás las cosas y luego yo vengo y quito las tuyas… mejor la cortamos acá, ¿no?". Y así, sin pensarlo, "los robos pasaron a ser una primera forma de comunicación".

El tiempo fue limpiando asperezas y Cordera es un vecino más. Almuerza pescado fresco y maneja en "modalidad La Paloma" —sin superar los 30 kilómetros por hora—. De todos modos, mantiene su toque extravagante: cuenta que algunas mañanas pasea desnudo con su perras por la playa La Serena.

En parte los locatarios pasaron a comprenderlo y, en parte, el Pelado también cambió. A la vuelta de su casa de barro hay otra construcción, color bordó, más majestuosa. Es la primera vivienda que tuvo Cordera cuando llegó de Argentina y que hoy está a la venta.

"Ese lugar le pertenecía a un señor de mucha plata que no soy yo", reflexiona Cordera sobre su pasado. "El éxito no es tan bueno para la vida de los seres humanos, porque con mucho dinero pasás a ser tóxico: consumís más, engordás, perdés creatividad y dejás de aventurarte a desafíos para hacer canciones más honestas". En cambio, el Pelado de hoy, dice, es un "tipo más primitivo, más vinculado con la sensualidad, lo instintivo y la tribu". No en vano está en contacto directo con la comunidad alternativa La Tahona, en Rocha.

EL RÍO.
"Vuelvo al mar/ cantando y cambiando/ Soy como el río que canta y vuelve al mar". Así dice el estribillo de la canción Agua de río, el track 9 del nuevo disco Cordera Vivo que presentará el Pelado en el Luna Park de Buenos Aires a fines de noviembre. Y así es la vida de este cantante que, cuenta, está experimentando "el reencuentro" con el éxito.

Es que por más que haber alcanzado la gloria con la Bersuit le dejó "una sensación traumática", Cordera atesora vivir experiencias intensas. "En un momento consumí ayahuasca, en otro escalaba montañas, me tiraba en tirolesa, o hacía rápidos en kayak. Incluso drogarme era una forma de curiosidad". ¿Por qué? "Las expresiones que tengo son fruto de experiencias vividas; un tipo que nunca comió mierda ni vivió en una villa no puede hablar de los ladrones".

Fueron esas ganas de experimentar lo que lo llevaron, también, a terminar sobre un escenario. Cordera no soñó con ser Mick Jagger ni Jimi Hendrix. Era el típico joven de clase media-baja que comenzó a estudiar Comunicación Social para contentar a su madre —ella deseaba que el hijo fuera profesional—. Pero un viaje a Brasil, en el que vivió de vender sándwiches en la playa y tocar la guitarra, cambió su destino. De regreso a Buenos Aires dejó la facultad y su trabajo en una automotora para, motivado por el odio y el resentimiento, dedicarse al rock y terminar convirtiéndose en una estrella. "Para mí la música escondía una fuerza muy vengativa frente a la sociedad", cuenta. ¿Asociada a qué? "A un sentimiento de abandono cuando era niño que se transformó en una visión ideológica".

Se rapó como distintivo, se mudó a otro barrio en plena capital y pasó cantarle al mundo : "Se viene el estallido/ de mi guitarra/ de tu gobierno, también". Pero sus letras, por más impronta política que tuvieran, jamás estuvieron asociadas a colores partidarios. Al contrario. "Prefiero pasar hambre que tocar para un partido político", comenta abrazando a su guitarra, esa que la acompañó en todo este proceso de "liberación". Y lo dice pensando en lo que sucede en Argentina, a su criterio, desde que "en 2009 el gobierno decide gastar cifras millonarias para contratar artistas para su propio beneficio propagandístico, excusándose en darle cultura a la gente".

—¿Estás en contra de que los gobiernos inviertan en cultura?
—Hay que ayudar a los proyectos emergentes, al semillero de artistas. No es necesario pagarle a las bandas número uno, las más queridas, para que sigan perpetuándose en el poder. Eso no es cultura. Antes los artistas eran perseguidos y exiliados, ahora se compran.

—¿Alguna vez intentaron comprarte?
— Los kirchneristas querían que tocara para ellos, era flor de negocio, pero no acepté. Es un dinero grandísimo que podía servir para la salud o la educación. La plata que tiene el gobierno no es del gobierno, es nuestra. Nosotros los ponemos a ellos para que la administren, nada más.

Por esa forma de pensar y, sobre todo, por su ruptura con la Bersuit, Cordera pasó de hacer recitales para 30 mil personas a dedicarle un concierto a una única persona que lo fue a ver en Barcelona, hace dos años. Él era telonero con su nueva banda La Caravana Mágica y al salir a escena vio a aquel único muchacho, rodeado por una tribuna vacía. No se desanimó y tocó con más fuerza que nunca.

También así fueron sus años de solista en Uruguay. Tocaba en bares a los que iban unas 30 personas, de las cuales cinco reclamaban los grandes éxitos de la Bersuit y Cordera se encargaba de echarlos por ser "irrespetuosos" con sus nuevos músicos. Se quedó sin sonidista, casi sin equipos y se endeudó al punto de hacer changas para poder comer. "Hace un año pensé en dejar la música y dedicarme a otra cosa", admite. Pero como el agua al río, vuelve al éxito de una estrella del rock, con recitales a sala llena a ambas márgentes del Plata. Cantando y cambiando.Gustavo Cordera, Bersuit Vergarabat, La Caravana Mágica

SUEÑOS Y PESADILLAS

Algunas noches sueña con sus excompañeros de Bersuit Vergarabat, de los que en 2009 se separó luego de dos décadas. Otras noches no precisa soñar con ellos, sino que los recuerda y los detesta. Gustavo Cordera reconoce que junto a la banda construyó "una hermosa historia" y, al mismo tiempo, le duele que se lo tilde de traidor. "Nunca hablé públicamente el motivo de ruptura porque nunca tuve la oportunidad de charlarlo con los chicos personalmente", dice con voz afónica, esa misma particularidad de su habla que fue motivo para que los exintegrantes le dedicasen una canción: con odio, claro. "Los muchachos están en una postura de victimización y reclamatoria, pero es lo único que les queda para pararse en un escenario". Es que por más que haya un mánager que se haya quedado con el nombre de Bersuit y una ley de patentes que da los derechos de las canciones a los componentes actuales del grupo, para Cordera Bersuit es él. "Por la calle me viven gritando: ¡Qué hacés Bersuit!", admite sin dejar de reconocer que su discurso puede parecer soberbio y subestimar al otro. "Soy un tipo culposo y también siento cierta omnipotencia sobre el tema, lo que me hace reaccionar así".

SUS COSAS
Su retrato
En la sala de ensayos de su casa en La Paloma, hay un cuadro con rojo intenso que contrasta con las paredes de barro. Es un retrato de él hecho por un chico con parálisis cerebral. A un costado hay un tallado que le obsequiaron reclusos de una cárcel argentina. "Esto es rock", bromea sobre su gusto por cantarle al "marginado".

Su equipo
El hombre que llenó estadios en los ´90, también se deleita con el fútbol. Es hincha de Lanús, zona bonaerense en la que se crió y a la que Uruguay le recuerda por su "tranquilidad". Su pago es la conexión con su familia, en especial con su madre, quien suele decirle: "Gustavo, vos tenés que ser presidente de Argentina".

Su libro
La psicología y la filosofía son dos de los temas favoritos de Cordera. Sin proponérselo los toca naturalmente en las conversaciones. Es lector de Nietzsche y Jung. Pero en las noches, antes de dormirse, opta por lecturas variadas. Últimamente lee historias del deporte, como la biografía de Pep Guardiola y, ahora, Contar el juego de Ariel Scher.




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