Hace hoy exactamente 75 años se produjo en Atlanta, Georgia, el lanzamiento mundial de "Lo que el viento se llevó". A dólares convertidos sigue siendo la película más taquillera de la historia, pero hoy Hollywood no parece saber qué hacer con ella.

Fue muy gracioso advertir que en la más reciente entrega de los Oscar, cuando la Academia decidió evocar al que considera su "año de oro" (1939), eligió para hacerlo El mago de Oz, un film que fue un fracaso de público en el momento de su estreno aunque ha disfrutado de una dilatada fama posterior. Ese año, sin embargo, Lo que el viento se llevó 10 Oscar, incluyendo los de mejor película, director, actriz, actriz secundaria (Hattie McDaniel, primera "afroamericana" en ganar una estatuilla), dirección artística, fotografía y montaje, más un premio honorífico a su experto en efectos especiales William Cameron Menzies (en gran medida responsable de la concepción visual del film), un premio genérico por rubros técnicos, y un premio especial Irving Thalberg a su productor David O. Selznick.

El lío con la película en la "era Obama" es que sigue siendo, al menos en una primera mirada, una película sureña y racista, que propone una versión idealizada de la vida en los estados confederados antes de y durante la Guerra de Secesión. No era fácil homenajearla el mismo año en que se nominaba a 12 años de esclavitud.

Sin embargo la historia es más complicada. La novela de Margaret Mitchell, la única que esa autora escribió en su vida, no se agota en una reivindicación del sur: hay en el libro más villanos blancos que negros, cuestionamientos a prejuicios sureños, y hasta una dosis de cinismo en sus protagonistas (moralmente bastante ambiguos) con respecto a los valores dominantes. El verdadero tema del libro y de su versión cinematográfica es el fin de una cultura arcaica (el sur aristocrático y feudal) y su reemplazo por otra más moderna (el dinámico capitalismo que llega del norte), no es necesariamente superior en términos morales. De hecho, quienes sobreviven al cambio en el film son los cínicos y los manipuladores (la Scarlett OHara de Leigh, el Rhett Butler de Clark Gable), en detrimento del caballeroso Ashley Wilkes (Leslie Howard) o la más medrosa Melanie Hamilton (Olivia de Havilland), incapaces de entender los nuevos tiempos. OHara y Butler representan realmente el espíritu de una era que empieza. Al resto se lo lleva el viento.

Se podría escribir un libro adicional a propósito del proceso que condujo a Lo que el viento se llevó desde el papel a la pantalla. El productor Selznick debió negociar duramente con Metro para conseguir a Clark Gable para el papel protagónico (de hecho, Mitchell tenía en la cabeza a Gable cuando concibió al personaje de su novela), y con el paso del tiempo ello llevó a que Metro, y no Selznick, se adueñara de los derechos definitivos de la película. La elección de la protagonista fue una suerte de concurso internacional en el que se barajaron diversos nombres, desde Joan Crawford a Barbara Stanwyck, Paulette Goddard, Tallulah Bankhead o Norma Shearer (Katharine Hepburn dijo no estar interesada) antes de optarse por Leigh. La redacción del libreto fue una enorme discusión en la que participaron muchas manos, aunque los créditos reconozcan solamente a Sidney Howard. La vocación del productor Selznick por meterse en todas las etapas del rodaje tuvo algo que ver con esos cambios.
Esos vaivenes alcanzaron al rubro dirección. Aunque oficialmente atribuida al impersonal Victor Fleming (también el director acreditado de El mago de Oz), media película fue realmente obra del gran George Cukor, hasta que Gable insistió en que no quería ser dirigido por un homosexual, y lo echaron. Contiene escenas adicionales rodadas por B. Reeves Eason, Sam Wood y William Cameron Menzies. Y tras el despido de Cukor, quizás el mejor director de actrices que ha conocido Hollywood, Vivien Leigh y Olivia de Havilland seguían consultándolo por teléfono acerca de la forma de interpretar algunas escenas.

Una de la nítidas virtudes de la versión cinematográfica de Lo que el viento se llevó es su pensada estructura, donde imágenes recurrentes (por ejemplo, el famoso árbol debajo del cual transcurren algunas escenas clave) sirven para conectar momentos distantes en el tiempo, y marcar la evolución de los personajes. Algunos de esos rasgos provienen del libro que Margaret Mitchell moldeó muy conscientemente sobre un antecedente ilustre: La guerra y la paz de Tolstoi.

No es difícil imaginar a Mitchell teniendo La guerra y la paz al alcance de la mano mientras concebía una historia que se concentra en las relaciones amistosas y afectivas entre dos familias (los Wilkes y los OHara descienden sin mucho disimulo de los Volkonsky y los Rostov de Tolstoi), con una heroína que rompe varios corazones (Scarlett OHara es acaso, sin embargo, un poco más cruel que Natasha Rostova), en un marco bélico (la invasión napoleónica a Rusia en un caso, la Marcha de Sherman en el otro) que desemboca en el incendio de una ciudad (Moscú, Atlanta). Son demasiadas casualidades.






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