Cuando alguien toma las de Villadiego, lo que hace es salir huyendo a toda prisa ante un peligro que le acecha. La pregunta es: ¿tan terrorífico es ese lugar que tienes que salir pitando? ¿O hablamos de otra cosa, de un misterio digno de Iker Jiménez?

Teorías al respecto hay muchas, como recogió José María Iribarren en su obra El porqué de los dichos, unas más acertadas que otras. Para no alargarnos demasiado en referencias a unos y otros autores, ejerceré de ‘Rincón del vago’ y las resumiré todo lo que pueda.

Unos pensaban que aludía a las alpargatas, cómodas y fáciles de poner para salir por patas si es menester. Otros pensaban que hacía referencia a unas alforjas típicas que se fabricaban en Villadiego, el municipio situado al oeste de la provincia de Burgos donde se ubica el dicho. Pero no parece muy lógico que cuando alguien huye se cargue con equipaje. Así que… fuera.

La versión más unánimemente aceptada es que «las de Villadiego» son unas calzas o pantalones hasta la rodilla que se usaban en tiempos, cuando menos, de La Celestina (siglo XV). De hecho, es allí donde se documenta por primera vez esta expresión con el sentido de salir huyendo.

No falta quien busca en Villadiego referencias a una persona y no a un lugar. Así, autores como Sbarbi, dan fe de una copla que decía que Villadiego era un soldado romano que compartía celda con San Pedro (nada más y nada menos). Y que cuando un ángel se les apareció en mitad de la cárcel para decirle al santo que huyera de allí, este, agobiado por las prisas, cogió las calzas de su compañero de prisión por error y salió pitando. Como copla es graciosa, pero parece más una aplicación del dicho que su origen. (Nota erudita: esta copla está en una inscripción que figura en una de las columnas del Ayuntamiento de Villadiego).

No falta quien identifica esa expresión con las de «villariego», que significaba caminador, en palabras de Juan Eugenio Hartzenbusch (el autor de Los amantes de Teruel) en una carta dirigida a Joaquín Bastús. Según él habla de unas calzas especiales que se ponían los caminantes, más cómodas que las de vestir. Sin embargo, Iribarren tira por tierra esta teoría puesto que los que iban de villa en villa se llamaban ‘peatones, andarines o andariegos’.

¿Cuál es entonces el origen del dicho de hoy? Pues, una vez más, hay que recurrir a la Historia. Igual que hay unanimidad en lo de las calzas, parece que la teoría de que el origen de esto está en un edicto del rey Fernando III el Santo es la mayoritaria. Este rey dictó un decreto protegiendo a los judíos de Villadiego y prohibiendo hacerles daño. Para identificarlos y que nadie les molestara, se les hizo vestir con unas calzas, lazos, ligas o cintas amarillas que los distinguieran del resto de población.

Cuando la persecución a los judíos se intensificó en otros lugares como Toledo o Burgos, estos salían huyendo hacia Villadiego, donde se sentían a salvo de cualquier vejación o maltrato. Por supuesto, dejaban su vestimenta habitual para lucir amarillo salvador en su fondo de armario. O dicho de manera llana: tomaban las de Villadiego, como los monjes toman los hábitos. Eso sí, unos por puro miedo y los otros… ¡vaya usted a saber!

No creas que acaba aquí la cosa, que hay más. Pero ya que el propio Iribarren no da mucho crédito a las otras versiones y he dicho al principio que iba a resumir aquí lo dejamos.




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