En una entrevista con el diario español El Mundo, el joven sudafricano cuenta su largo periplo y las bondades y miserias que tuvo que soportar mientras los demás no se daban cuenta de que estaba consciente.
A los 12 años sufrió una extraña infección cerebral. Un día regresó de la escuela a su casa en Sudáfrica con un picor en la garganta, fue perdiendo la movilidad y al final se quedó sin voz. Dio positivo en las pruebas de la meningitis criptocócica y de la turberculosis (aunque no hubo un diagnóstico definitivo) y quedó postrado en estado vegetativo, a la espera de una muerte inminente.
A los 16 recobró la conciencia pero nadie se dio cuenta de su lento despertar. Sin embargo, Martín comenzó a darse cuenta del impacto que su enfermedad había generado en su familia.
Su madre estuvo al borde del suicidio y deseó en voz alta la muerte de su hijo (lo que él escuchó). Sus cuidadoras del centro de día le sometieron a todo tipo de abusos, a lo que se suman las horas muertas ante la televisión, "soportando la letanía de Barney el Dinosaurio". "Y cuando ya parecía que no había nada peor, llegaron los Teletubbies...", recuerda con humor.
Fue Virna, una aromaterapeuta que masajeaba sus brazos con aceite de mandarina, la que se dio cuenta por su mirada que el "niño fantasma" (que ya tenía 25 años) se daba cuenta de lo que sucedía a su alrededor.
En una clínica de comunicación "aumentativa y alternativa", recobró de a poco algunas facultades. Pudo comenzar a comunicarse con ayuda de una computadora y un sintetizador de voz, al estilo de Stephen Hawking.
"Pude soportarlo escapando hacia mi interior. Mi refugio fue mi imaginación. Y podía imaginarme todo tipo de cosas: desde convertirme en un ser muy pequeño y escalar hasta una nave espacial o que mi silla de ruedas se transformaría en un coche a lo James Bond, con cohetes y misiles", contó a El Mundo Pistorius, que a sus 39 años se mueve hoy en una silla de ruedas, trabaja como diseñador de webs, está casado y hasta conduce su propio automóvil.
Un fantasma amigable
Escribió un libro titulado "Ghost Boy" (Niño Fantasma), en el que reflexiona sobre lo vivido y lo aprendido. Su mayor lección fue "la comprensión de la infinidad del tiempo" en los 13 años desde que sufrió la enfermedad hasta que lograron detectar lo que le sucedía.
Lo aprendido hasta sus 12 años de vida se había borrado de su memoria, por lo que debió volver a aprender a leer y escribir.
"Mi padre fue una auténtica fortaleza durante todo el proceso. Él era quien más tiempo cuidaba de mí y quien más me reconfortaba", recuerda, aunque también destaca el trauma sufrido por su madre, que llegó a decir en voz alta algo así como "¡ojalá te mueras!", sin percatarse de que su hijo se enteraba de todo: "Más que sus palabras, lo que me dolió fue pensar que habíamos llegado a una situación en la que todos habrían estado mejor si yo no hubiera estado vivo. Pero aquello pasó. Ahora mismo siento un gran amor y una enorme compasión por ella", declaró Pistorius.
Otro episodio doloroso es el de los abusos físicos, mentales y sexuales sufridos a manos de una cuidadora. "La he perdonado, a ella y a toda la gente que abusó de mí durante esos años. Ahora lo llevo mejor que hace unos años, pero todavía tengo pesadillas. Aún hay cosas que me hacen revivir cómo me sentía en aquellos momentos", declaró.
El hecho de estar consciente le permitió ser espectador de las miserias humanas.
"Observé las cosas que habitualmente la gente no ve. Vi a gente metiéndose el dedo en la nariz o tirándose pedos realmente ruidosos. Algunos cantaban o hablaban consigo mismos delante del espejo. Vi la manera en la que la gente miente y retuerce la verdad. Vi la vulnerabilidad de la gente y la máscara con la que suele presentarse ante el mundo", confiesa.
"No podría hacer una señal o emitir un sonido que hiciera saber a la gente que había recuperado la conciencia. Era invisible, el niño fantasma", recuerda en su libro.
Se enamoró de Joanna, una trabajadora social a la que conoció a través de su hermana y que lo invitó a vivir con él sin preocuparse por sus limitaciones físicas. Se casaron en el 2009 en la catedral de St. Alban's.
"Me gustaría pensar que todo por lo que he pasado ha contribuido a hacer de mí una mejor persona, y espero que eso me sirva para ser un buen padre. Reconozco que soy alguien extremadamente paciente y alguien que saber apreciar lo valiosa que es la vida", es su conclusión.
"Mi padre fue una auténtica fortaleza durante todo el proceso. Él era quien más tiempo cuidaba de mí y quien más me reconfortaba", recuerda, aunque también destaca el trauma sufrido por su madre, que llegó a decir en voz alta algo así como "¡ojalá te mueras!", sin percatarse de que su hijo se enteraba de todo: "Más que sus palabras, lo que me dolió fue pensar que habíamos llegado a una situación en la que todos habrían estado mejor si yo no hubiera estado vivo. Pero aquello pasó. Ahora mismo siento un gran amor y una enorme compasión por ella", declaró Pistorius.
Otro episodio doloroso es el de los abusos físicos, mentales y sexuales sufridos a manos de una cuidadora. "La he perdonado, a ella y a toda la gente que abusó de mí durante esos años. Ahora lo llevo mejor que hace unos años, pero todavía tengo pesadillas. Aún hay cosas que me hacen revivir cómo me sentía en aquellos momentos", declaró.
El hecho de estar consciente le permitió ser espectador de las miserias humanas.
"Observé las cosas que habitualmente la gente no ve. Vi a gente metiéndose el dedo en la nariz o tirándose pedos realmente ruidosos. Algunos cantaban o hablaban consigo mismos delante del espejo. Vi la manera en la que la gente miente y retuerce la verdad. Vi la vulnerabilidad de la gente y la máscara con la que suele presentarse ante el mundo", confiesa.
"No podría hacer una señal o emitir un sonido que hiciera saber a la gente que había recuperado la conciencia. Era invisible, el niño fantasma", recuerda en su libro.
Se enamoró de Joanna, una trabajadora social a la que conoció a través de su hermana y que lo invitó a vivir con él sin preocuparse por sus limitaciones físicas. Se casaron en el 2009 en la catedral de St. Alban's.
"Me gustaría pensar que todo por lo que he pasado ha contribuido a hacer de mí una mejor persona, y espero que eso me sirva para ser un buen padre. Reconozco que soy alguien extremadamente paciente y alguien que saber apreciar lo valiosa que es la vida", es su conclusión.