Según los cronistas, la reina Catalina de Médici, movida por la desconfianza, hizo instalar secretamente una vasta red de conductos acústicos en las paredes de palacio que permitieran oír lo que se hablaba en las distintas estancias, y así poder averiguar quiénes conspiraban contra ella o urdían conjuras que hicieran peligrar los intereses reales.
Sin embargo, y como no podía ser de otra manera, en cuanto se descubrió el ardid, entre los miembros de la corte y la servidumbre corrió la voz de que las paredes tenían oídos. Y de este modo, con el tiempo, la expresión pasó a convertirse en proverbio.