Querido smartphone, tenemos que hablar.

Parece que fue ayer cuando conseguiste enamorarme tanto que gasté medio mes de sueldo para tenerte a mi lado. Reconozco que nuestra relación ha sido muy adictiva, pero ahora me doy cuenta: lo nuestro nunca tuvo sentido.

Al principio era muy cómodo estar contigo: cuando tenía una duda, bastaba googlear un poco para resolverla; cuando me perdía por la calle, yo te daba la dirección y tú me señalabas el camino.

Pero esa no es la razón por la que te busco a todas horas. Si estoy pegado a ti es porque, en el fondo, siempre me dices lo que quiero oír. Me despiertas de madrugada con caprichos y yo, como un idiota, te hago caso.

Pero no te odio, porque no son tus caprichos, sino los míos. Hablo de los nuevos seguidores en Instagram, de los 'likes' de Facebook; de todo ese rollo de las selfies... los dos sabemos que en realidad no soy tan guapo.

No, no te odio; odio a la persona en que me has convertido. Por eso, voy a volver con mi móvil viejo.

Necesito volver a la simplicidad. Y no, no me refiero a tu diseño minimalista, sino al Nokia sin cámara de fotos que dejé por ti. Él no me sugerirá artistas en Spotify ni me dirá a quién tengo que seguir en Twitter; simplemente me dejará en paz.

Volveré a escribir con el teclado incómodo, cargaré mi tarjeta prepago y, si ando corto de saldo, ya haré una perdida. Volveré a jugar al Snake, que siempre fue más adictivo que el Candy Crush; y volveré a sentir la ilusión de recibir un SMS en lugar del agobio de recibir cien Whatsapps.

Al principio me daba miedo dejarte, porque pensaba que mi vida social dependía de ti. Pero ahora me doy cuenta de que es al revés.

Saldré a pasear, y no le preguntaré a mi móvil cómo llegar del punto A al punto B, ni tampoco descubriré mi ubicación por coordenadas GPS. Quizá me pierda, o quizá me encuentre.




ANUNCIO PATROCINADO



Con la tecnología de Blogger.