Drácula, Lestat, Spike o Edward Cullen. El cine y la televisión han intentado versionar en numerosas ocasiones, con mayor o menor acierto, al personaje que inmortalizó el escritor irlandés Bram Stoker en su novela ‘Drácula’. Un ser de tez pálida con un peculiar poder de atracción irresistible para las mujeres: unos colmillos de mucho cuidado que no pueden dejar de beber sangre.

Más allá de su tono blanquecino, su gran atractivo sexual o la costumbre de salir a cazar por la noche, apenas se sabe nada sobre los vampiros. Conocemos su disgusto por el ajo y su capacidad para vivir eternamente. Pero, ¿qué hay de su flora intestinal? ¿Los seres nocturnos también van al baño? Internet se hace hecho esta pregunta en no pocas ocasiones, y las respuestas parecen ir siempre en el mismo sentido: los vampiros no sienten la necesidad de dialogar con el señor Roca.

Como señalan varios profesionales del mundo de la enfermería y la nutrición, la razón es bien sencilla: el cuerpo humano no está diseñado para ingerir grandes cantidades de sangre y obtener de ahí su nutrición.

Una persona extrae los nutrientes que necesita para vivir de los alimentos que ingiere, y lo hace a nivel molecular para que la sangre pueda repartirlos por todo el cuerpo. Cuando masticamos una manzana, un trozo de pan o un muslo de pollo, convertimos la comida en una especie de bola que llega al estómago. Allí, la bola se mezcla con los jugos gástricos y forman una masa llamada quimo.

El quimo llega al duodeno, la parte inicial del intestino delgado, donde se mezcla con las sales y secreciones del páncreas y del hígado. En este tramo, los nutrientes ya han sido divididos a nivel molecular y traspasan las paredes del intestino delgado para meterse en el torrente sanguíneo. La masa que no se absorbe va recorriendo el resto de intestino, oscureciéndose a causa de la bilis, y saldrá cuando se esté listo para ir al baño.
Pero, ¿qué ocurriría si en lugar de una manzana, un trozo de pan o un muslo de pollo, bebiéramos sangre? Que vomitaríamos. Todo porque las células rojas que componen el fluido vital contienen grandes cantidades de hierro, hasta unos níveles que nuestro estómago no es capaz de aguantar y que haría que estuviéramos arrojando plasma todo el día.

Cabría argumentar, sin embargo, que el tracto digestivo de Drácula puede contar con un revestimiento que protegiera al estómago. Esto mismo sugiere la bloguera científica Hannah Cheng, que se ha fijado en la fisiología del murciélago vampiro, el animal chupasangre más grande de la naturaleza.

El estómago del murciélago vampiro posee un forro que protege al animal de vomitar las dos cucharadas de sangre que toma al día, así como un metabolismo de lo más rápido. En cuestión de segundos, la pared del estómago absorbe el plasma sanguíneo, aterriza en los riñones y pasa a la vejiga. Dos minutos más tarde de haberse alimentado, el murciélago vampiro empieza a orinar.

De ahí que Cheng sugiera que Drácula y familia se pasan todo el día metidos en el baño. “Para una dieta regular, un murciélago vampiro bebe la mitad de su peso en sangre y procede a orinar casi de forma constante durante las tres o seis próximas horas, lo que podría ser problemático para un sexy cazador de la noche”.

Al murciélago vampiro le bastan dos cucharadas de sangre para mantener su peso de 40 gramos. Pero, si bien es cierto que la sangre contiene sales, azúcares y proteínas – las encargadas de transportar los nutrientes al resto de células del cuerpo -, esa cantidad no resulta suficiente para mantener bien alimentado a una persona de setenta kilos.

Sea como fuere, sabemos que el vampiro es un personaje ficticio y que, tanto en el cine como en la literatura, apenas pisa el baño. A veces es mejor que la fantasía no se ciña demasiado a la realidad.




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