Un recorrido por viejas carpetas de niños de Jardines de Infantes, provocó un conjunto de preguntas que enumero: 1) ¿Cómo los niños, sin saber composición, logran expresiones plásticas de valor?; 2) ¿Qué ha sido de la “vida artística” de esos niños que hoy tienen treinta y pico de años? y 3) es probable que hayan dejado de dibujar; ¿cuándo y por qué?
Parece evidente que todos los seres humanos nacen con la capacidad de expresarse gráficamente. El garabato infantil es un elemento trascendente en el desarrollo del niño, es su dilecta herramienta –quizás única- a la hora de formular su relato; mucho antes que la letra y la palabra. El niño no se para frente a la hoja como diciendo “voy a ser Van Gogh”. Se para con el único objetivo de jugar; divertirse sin vergüenza, explorar y tirar líneas y colores sin otro fin que divertirse. De esos juegos salen múltiples lecturas y allí los pediatras y sicólogos infantiles tienen materia abundante para trabajar. También salen bellas piezas desde lo compositivo y lo simbólico. Ahora bien. Pero ese niño -que se divertía con crayolas- lentamente comienza a alejarse de la expresión plástica. No solamente del lápiz o el dry pen, sino también del collage, de las composiciones con maderitas, tapitas o botellas.
Algunos estudios indican que el quiebre –el abandono de esas expresiones- se registra en torno a la adolescencia. Howard Gardner es un psicólogo estadounidense nacido en 1943. Es investigador y profesor de la Universidad de Harvard, conocido en el ámbito científico por sus investigaciones en el análisis de las capacidades cognitivas y por haber formulado la teoría de las inteligencias múltiples, la que lo hizo acreedor al Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. Ha sostenido que esa retirada del adolescente de las expresiones plásticas se debe a que la educación tradicional se ha centrado en el desarrollo las inteligencias lingüístico-verbal y lógico-matemática.
De esa manera se relegó a un segundo plano todas las demás, entre ellas la inteligencia espacial dentro de la cual se incluye la capacidad de percepción y representación visual. La lógica descripta por Gardner permite observar otras dificultades en la enseñanza: escasa exploración y potenciación de las habilidades manuales. Lo manual –el uso de la mano para resolver problemas- no es un recurso apreciado socialmente.
En algunos talleres de artes plásticas, es frecuente escuchar a “principiantes” decir “yo no sé dibujar”, como un pretexto para los “horrores” que luego hará. El dibujo o la pintura están asociados directamente al arte y a un status –construído de generación en generación- en donde viven y abrevan solo los “elegidos”.
Esa lógica cultural tiene una dinámica expulsatoria de cualquiera que ose prepararse tan solo para hacer un garabatito en un taller o en su casa. Esa lógica –que mira la expresión plástica desde un altar de plástico made in China- sanciona y excluye. Entonces así vienen las calificaciones de “buenos o malos” en base a cánones estéticos académicos como la proporción, el naturalismo, la composición o el equilibrio cromático del discurso dominante. En esos talleres de plástica he encontrado personas que dieron con el tono y se animaron a “pasar vergüenza” después de la confesión de que no sabían dibujar. Hicieron y hacen trabajos maravillosos.
Se animaron. Jugaron con lo que tenían, con sus propios recursos visuales, no temieron equivocarse y luego no se avergonzaron del trabajo final. Ese camino del juego fue su salvación. Exploraron caminos, admiraron o repudiaron, leyeron y vieron. (Con disimulo, en muchas oportunidades, hicieron garabatitos al borde de un block en una enjundiosa reunión de ejecutivos). Quizás, aprendieron a ver. Pero tal vez lo más importante –aunque ya lo dijera Picasso- volvieron a ser niños.