Susan no había tenido una vida fácil. Su infancia fue feliz pero luego las cosas se torcieron: tres matrimonios fallidos, uno de ellos con un hombre que la maltrataba, un hijo muerto a los 23 años por enfermedad y ella, de 52, internada en un hospital después de haber sido recogida de la calle, donde sobrevivía sin trabajo y con un cáncer terminal.

A este sufrimiento se sumaba la desazón de morir sola, sin familia ni amigos. Pero un grupo de extraños decidió cambiar su suerte: aunque no podían vencer al cáncer, sí podían vencer a la soledad. Los chicos de NODA ( No One Dies Alone, Nadie muere solo), a los que jamás había visto en su vida, se convirtieron en los que más la quisieron.

Este programa nació en el estado de Indiana, EEUU, con el objetivo deacompañar en los últimos momentos a personas que no tenían a nadie.Está formado por gente de todas las edades. Muchos tienen sus propios trabajos y le dedican su tiempo libre.

Otros son retirados, sobre todo, exenfermeros. También los hay quienes tuvieron algún pariente que murió solo, y quieren hacer lo posible para que nadie más pase eso.

En casos como el de Susan, el hospital se pone en contacto con NODA para que organicen la atención al paciente. Lo que consiguen es que no esté solo ni un momento del día. Los voluntarios entran y salen de la habitación en un trajín ininterrumpido, de noche y de día.

Muchos no tienen conocimientos de medicina, pero están ahí para escuchar, para compartir historias, para dar calor humano, para coger la mano y saber qué decir cuando un enfermo ve que se está muriendo.

Algunos de los voluntarios tienen ya años de experiencia. Saben cómo afrontar una situación tan aterradora como la muerte y envolver de humanidad ese momento para quien lo padece. Es el caso de Karen Estle, una de las fundadoras del programa y experta en cuidados paliativos.

Aunque NODA forma parte del Eskenazi Health Group, una institución de sanidad privada –como casi todas en EEUU-, este programa está formado 100% por voluntarios y no tiene ánimo de lucro.
 
Antes de atender a cada paciente, el grupo de voluntarios que está disponible se reúne y les explican la historia de la persona con la que compartirán sus últimas horas de vida. De esta manera, no es extraño que pregunten al paciente por aquel perro que tuvo o por aquellos años en esa ciudad.

Lo que se produce con estos voluntarios es una intimidad forzada por las circunstancias. En los momentos más críticos antes de morir, la búsqueda de una mano amiga es descarnada y sincera. Por eso se convierten en mejores amigos en apenas unos días. Son amistades intensas y efímeras.

Susan murió.

Aunque aparentemente estuvo sola, dejó a muchos amigos aquí. En los 8 días que estuvo en el hospital.






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