Las series como Orange is The New Black han puesto sobre la palestra un tema que los ciudadanos comunes no se atreven a tocar: la vida dentro de las cárceles. Deshumanizamos a los criminales, pretendemos que encerrarlos y alejarlos de nosotros es la solución, cuando ese sistema es en realidad parte de la problemática. Las prisiones, lejos de convertirse en una solución son parte del problema. Las cárceles
Foucault argumenta que la reincidencia está directamente relacionada con la estructura de la cárcel, que aísla a los delincuentes y los reagrupa entre ellos, en lugar de re-insertarlos en la sociedad. Para él, las cárceles no evitan el crimen, sino que lo incrementan.
La prisión no puede dejar de fabricar delincuentes. Los fabrica por el tipo de existencia que hace llevar a los detenidos: ya se los aisle en celdas, o se les imponga un trabajo inútil, para el cual no encontrarán empleo, es de todos modos no pensar en el hombre en sociedad; es crear una existencia contra natura inútil y peligrosa
Asimismo, el ejercicio del poder a través de la represión arbitraria por parte de los guardias de prisión perpetúan el patrón del ejercicio del poder a través del abuso y la violencia. El abuso está presente de forma tácita y contenida en las cárceles norteamericanas, como podemos vislumbrar de forma edulcorada y digerida en Orange is The New Black, pero ocurre de forma mucho más explícita y brutal en las cárceles latinoamericanas. Citando nuevamente a Foucault: La prisión fabrica también delincuentes al imponer a los detenidos coacciones violentas; está destinada a aplicar las leyes y a enseñar a respetarlas; ahora bien, todo su funcionamiento se desarrolla sobre el modo de abuso de poder. Arbitrariedad de la administración [...]Corrupción, miedo e incapacidad de los guardianes
El aislamiento de los reclusos de la sociedad y su reunión en un solo lugar también es parte del problema. Augusto Thompson, abogado, fiscal y alto funcionario de centros penitenciarios en Brasil, en su libro “La Cuestión Penitenciaria” (1976) afirma que dentro de las prisiones se establecen sistemas sociales propios, de corte totalitario; en el que el poder está basado enteramente en la fuerza y que es visto como ilegítimo por los reclusos. Esto genera la creación de una cultura propia de la penitenciaría, los presos carecen de autonomía, intimidad y seguridad. Además, como afirma Foucault, dentro de esta subcultura se re-educa al reo, pero sólo para que perfeccione sus fechorías. El ejercicio del poder a través de la fuerza y la imposición les inculca a los presos que son enemigos de la sociedad y actuarán de acorde a esta enseñanza.
La libertad no es la solución, porque el haber estado dentro de una cárcel no sólo enseña al individuo a sentir que ya no pertenece a la sociedad, sino que se lo confirma cuando intenta obtener un empleo. Los antecedentes penales son un pesado equipaje que le acompañará el resto de sus vidas y que les imposibilitará la reinserción a la sociedad. La familia del reo también queda marcada de por vida, y pareciera que la única salida es reincidir.
Si las cárceles no son la solución ¿Qué hacer?
El caso de España es bastante particular y podría considerarse un ejemplo. Desde el año 1990 hasta el 2010 hubo un repunte en la población penitenciaria: en 1990 había 33.058 presos y en 2010 aumentó casi al doble: 73.929, lo que llegó a causar sobrepoblación en las cárceles. Esto no tenía que ver con la cantidad de delitos cometidos, pues estos habían disminuido considerablemente convirtiendo a España en una de las naciones más seguras de Europa occidental, sino que el problema radicaba en las penas aplicadas. Las reformas sucesiva del código penal habían aumentado las penas medias y las penas máximas, haciendo que el tiempo que permanecían las personas en prisión fuese muy desproporcionado.
Estos números se han reducido considerablemente, hasta en un 15% cada año. Esto obedece a reformas en el Código Penal que ha reducido el tiempo de las condenas para crímenes menores, incluyendo consumo y porte de drogas. Asimismo, la modificación de las leyes de seguridad vial del año 2010 han intercambiado las penas de prisión por trabajo comunitario o multas en casos poco severos y se han introducido juicios rápidos para delitos y faltas menores.
El objetivo no es dejar de lado los crímenes, que sería simple impunidad, sino aplicar castigos razonables, particulares y adecuados para cada falta y concentrarse en llevar a la cárcel a personas reincidentes o que hayan cometido crímenes mucho más graves. Con estas medidas, orientadas a corregir sin aislar a los individuos e incluso a hacer que aporten a la comunidad a través del trabajo, se sigue manteniendo una tasa de criminalidad bastante baja. Lejos de lo que pueda pensar el ciudadano común, evitar poner en la cárcel a todos los infractores ha disminuido el crimen en vez de aumentarlo.
Y si bien es cierto que una reforma penal que no utilice la privación de libertad como castigo ideal puede contribuir a la disminución del crimen, otros estudios han comprobado que una mayor presencia policial en las calles es mucho más efectiva como medida de disuasión para posibles criminales. Un trabajo hecho por Jonathan Klick y Alexander Tabarrok demostró que al haber mayor cantidad de efectivos policiales en una zona, el índice de robo de vehículos y hogares disminuyó hasta en un 43%.
No existe una solución única para la problemática de las cárceles, pues esta deberían ajustarse a la realidad política, cultural, conflictos y necesidades específicas de cada nación; pero si es importante tener presente que es posible transformar esta situación. Humanizar, individualizar y priorizar a los reclusos es parte de la salida, pero también debe serlo reevaluar y transformar el sistema penitenciario.