Aunque los criterios estéticos digan lo contrario y lo último sea alargárselas de forma artificial o echarse una máscara que las prolongue, la verdad es que en este caso se vuelve a cumplir la máxima de que, si la naturaleza las ha hecho así, por algo será. Y es que las pestañas tienen una función principal: crear una barrera que controla la corriente del aire y la velocidad de la evaporación en la superficie de la córnea.
“Es parecido a la historia de Ricitos de Oro y los Tres Osos. Las pestañas muy cortas no protegen lo suficiente al ojo, y las muy largas arrastran demasiado aire al interior. La longitud optima, la que nos procura la mejor protección, es un tercio de la anchura del ojo. Precisamente la que tienen veintidós especies de mamiferos de las que analizamos en nuestro estudio. En el caso de los seres humanos no tenemos una muestra representativa pero, según la literatura científica a la que hemos tenido acceso, también es esta la longitud media”, asegura Guillermo Amador, investigador del Instituto Tecnológico de Georgia, que ha realizado un estudio reciente al respecto.