
El asunto consiste en dejar una bicicleta aparentemente abandonada. La trampa, y la gracia de todo, reside en que el vehículo de pedales está sujeto a un árbol cercano con una cuerda bastante fuerte. Los ladrones más incautos no se percatan de esta cuerda y claro, cuando huyen raudos y veloces con su botín, la cuerda llega a su fin y, por una sencilla ley física como es la de la inercia, el cuerpo del susodicho tiende a seguir su trayectoria, mientras que la bicicleta no le acompaña en este viaje.