Imagina poder aguantar sin dormir y sin apenas comer durante una semana, manteniendo tus sentidos frescos, afilados. Imagina poder tomar una droga que borrara tus recuerdos para evitar los posibles síntomas de un trastorno por estrés postraumático. Imagina hacer un sprint durante 20 minutos sin bajar nunca de tu velocidad máxima. O permanecer sumergido en el agua durante más de dos horas sin ayuda de bombonas de oxígeno.
Todos esos escenarios son proyectos militares reales en distintas fases de desarrollo. Ejemplos de lo que en el entorno de DARPA se conoce como la Human Enhancement Revolution, el perfeccionamiento del hombre más allá del hombre.
Durante casi 50 años, DARPA centró su trabajo en la ingeniería, dejando de la lado las ciencias de la vida. Impulsó avances tecnológicos que van desde internet a los "aviones furtivos" indetectables por radar. Pero a principios de los 90, a medida que crecía la preocupación por las armas bacteriológicas, la agencia empezó a interesarse por la biología.
La época en las que las prótesis eran piezas inertes de madera, metal y plástico está pasando. Los avances en microprocesadores, en las técnicas de la tecnología digital a la interfaz con el sistema nervioso humano, y en la tecnología de las baterías para permitir que las prótesis tengan potencia con menos peso están convirtiendo a las prótesis de extremidades en partes activas del cuerpo humano.
En algunos casos, ni siquiera son parte del cuerpo en absoluto. Como el caso de Cathy Hutchinson. En 1997, Cathy tuvo un derrame cerebral, que le dejó sin el control de sus brazos.
Hutchinson se ofreció como voluntaria para un experimento que, si salía bien, podría algún día ayudar a millones de personas con parálisis parcial o completa. Dejó que los investigadores implantaran un dispositivo pequeño en la parte del cerebro responsable del control motor. Con ese dispositivo, es capaz de controlar un brazo robótico externo sólo con pensar en ello.
Eso, a su vez, nos lleva a una pregunta interesante: Si el brazo no está conectado físicamente a su cuerpo, ¿a qué distancia pueda estar una persona y seguir controlándolo? La respuesta es por lo menos miles de kilómetros. En estudios con animales, los científicos han demostrado que un mono con un implante en el cerebro puede controlar un brazo de robot a 7,000 km de distancia. Señales mentales del mono se enviaron a través de Internet, en la Universidad de Duke en Carolina del Norte, con el brazo robot en Japón.
Cuándo es posible hacer que los seres humanos más inteligentes, más agudos, y más rápidos, ¿cómo nos afectan? ¿El efecto es mayoritariamente positivo, aumentando la productividad y la velocidad de la innovación humana? ¿O será simplemente otra presión para competir en el trabajo? ¿Quién será capaz de pagar estas tecnologías? ¿Habrá alguien que pueda tener su cuerpo, y lo más importante, su cerebro mejorado? ¿O solo los ricos tendrán acceso a estas mejoras?
Tenemos tiempo para considerar estas preguntas, pero debemos empezar. La tecnología se va colando en la vida, empezando por las personas con discapacidad. Y entonces, un día, nos despertaremos y nos daremos cuenta de que estamos haciendo algo más que restaurar la función perdida. Estamos mejorándola.
La tecnología sobrehumana está en el horizonte. Es hora de empezar a pensar en lo que esto significa para nosotros.