¿Tuviste un desliz y ahora no sabes si contarlo? ¿Piensas que lo mejor es ser 100% sincero? Te contamos por qué no es necesario que siempre digas la verdad y nada más que la verdad.
Cuando somos chicos nos enseñan que nunca hay que mentir. Sin embargo, el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos, y las mentiras —piadosas y no tanto— se transforman en algo de casi todos los días.
¿Por qué lo hacemos? “Tanto en la edad infantil como en la adulta, mentimos por temor a lo que pueda pasar, a no controlar la situación o a vernos perjudicados por una determinada información”, dice el filósofo Francesc Torralba
Aunque existen personas que están convencidas de que decir la verdad siempre es mejor, cueste lo que cueste, algunos expertos aseguran que mentir o “disfrazar la verdad”, puede llegar a ser beneficioso para todos. “El hecho de no evaluar con anterioridad lo que vamos a decir, y cómo va a afectar a los demás, puede tener consecuencias muy negativas tanto para nuestro entorno como para nosotros mismos”, plantea la coach Carmen Terrasa.
Según ella, ser 100% sincero no es una virtud y por encima de la verdad están los individuos y la manera en que esa verdad pueda repercutir sobre su estado de ánimo: si tu abuela te pregunta cómo la ves, aunque pienses que está gorda y arrugada, es mejor hacerla sentir bien y regalarle un piropo. Y si cometiste un error y engañaste a tu pareja, contárselo con el único objetivo de liberarte del peso de la culpa, tampoco es una actitud altruista, sino todo lo contrario.
Ser honesto y valiente, lanzarse con toda la cruda verdad puede ser muy positivo en algunas circunstancias pero egoísta y desconsiderado en otras. Por eso lo mejor es considerar cada situación en particular.
Según Torralba decirlo todo es una insensatez. Decir siempre la verdad es signo de debilidad y no de fortaleza. “Entre decirlo todo y decir lo opuesto a la realidad existe un margen razonable para pensar lo que se dice y decir lo que se piensa”, explica. “La veracidad exige un compromiso con la realidad, pero es esencial gestionar bien esta transmisión en los tiempos y lugares adecuados”.
Muchas veces no queremos saber la verdad, no estamos preparados y nos resulta más llevadera la ignorancia. “Sucede que no siempre se tiene la garantía de poder resistir emocional y mentalmente a ciertas verdades”, dice Torralba. No se trata de elegir vivir en un mundo de fantasías y mentiras, pero en algunos momentos de la vida, es un acto de supervivencia. “No es fácil asumir ciertas verdades, hechos que nos duelen profundamente y dañan emocionalmente”.
Mentir, disfrazar la verdad o elegir la honestidad pura y dura: cada uno tiene derecho a optar por la opción que más le guste. Lo importante es hacerlo con responsalibidad, tanto mentir como ser sincero tiene sus consecuencias y hay que asumirlas. Si cometemos un desliz y elegimos contarlo, no podemos pretender que la relación siga como si nada. Hay que ser conciente de que es muy probable que la confianza se quiebre dentro de la pareja. Pero si decidimos no contarlo, también deberemos aprender a cargar con esa mochila en soledad. No existen fórmulas perfectas, por eso conviene pensar y evaluar los pros y los contras antes de tomar una decisión final (¡y antes de llevar a cabo acciones que puedan llevarnos a este dilema!).