En apariencia, las aves de la familia Indicatoridae no destacan por rasgo alguno. Al contrario, tienen un aspecto más bien anodino: no exhiben colores llamativos y su canto tampoco es nada del otro mundo. Y sin embargo, tienen más de una rareza. Los indicadores -así se les denomina en español- tienen un comportamiento poco común. Por un lado, ponen sus huevos en nidos de otras especies; en este aspecto se asemejan a los cucos, tan conocidos entre nosotros. Pero en lo que verdaderamente tienen un comportamiento extraño es en la alimentación: comen cera y para conseguirla recurren a un procedimiento extraordinariamente elaborado.

Hasta que se descubrió que los indicadores se pensaba que ningún animal terrestre utilizaba ese producto como alimento. Las ceras son imposibles de digerir para casi todos los vertebrados, puesto que las lipasas (enzimas responsables de la digestión de los lípidos) pancreáticas de la mayoría son incapaces de hidrolizarlas.

El ser comedor de ceras es, de suyo, una verdadera rareza, pero mayor rareza aún es el modo en que esta ave se las arregla para obtenerlas. La cera se encuentra en el interior de las colmenas de abejas, pero dado su pequeño tamaño, los indicadores no son capaces de romper las colmenas para acceder a la cera. Además, las abejas, en ocasiones, establecen sus moradas en rincones y orificios profundos de muy difícil acceso, a los que no puede llegar el indicador. Y por si eso fuese poco, acceder a una colmena también entraña riesgos, porque las abejas, como es natural, la protegen. Pero los indicadores, para superar esos obstáculos, suelen buscarse un socio. Entre esos socios se encuentran los miembros de algunas tribus de buscadores de miel, como son los boran de Kenia y, según algunas fuentes, también los tejones comedores de miel.

Para llamar la atención de un posible socio, los indicadores adoptan un comportamiento bullicioso. Y una vez lo han conseguido, guían al socio hasta la colmena. En ese trato subyace una cierta simbiosis, porque el socio se beneficia al ser guiado hasta una colmena que a él le hubiese resultado difícil de encontrar. El pájaro, por su parte, se beneficia porque tiene ocasión de conseguir la cera de la colmena, ya que el buscador de miel abandona fragmentos de panal sin miel, pero con cera, larvas y abejas muertas.

La primera referencia de que los indicadores consumen ceras se debe al misionero portugués Joao dos Santos, quien en 1569 escribió que estas aves entraban en la iglesia de su misión en Mozambique a comer la cera de las velas del altar. Desde entonces, los naturalistas han dado cuenta de numerosos indicios del consumo de cera por parte de estas aves, como son los restos de cera hallados en sus mollejas, pero hasta 1950 no se tuvo constancia fehaciente de que era la cera lo que buscaban en las colmenas, y no las abejas o las larvas que en éstas pueden encontrarse. De hecho, lo único que consumen junto con la cera es la miel que se encuentra adherida a ella.

La capacidad para comer y digerir cera se ha constatado en dos especies de indicadores, el indicador pequeño (Indicator minor) y el indicador grande o de dorso negro (Indicator indicator). Ha habido cierta controversia en relación con el mecanismo del que se sirven para realizar la digestión, ya que no se ha encontrado en su sistema digestivo ninguna estructura especializada, ni tampoco ninguna glándula salivar hipertrofiada, como ocurre en el caso de los nectívoros. En principio, son dos las alternativas que cabe barajar para explicar esta capacidad. O bien se valen de microorganismos simbiontes, o bien cuentan con la dotación enzimática endógena adecuada para hidrolizar esos lípidos.

A tenor de los últimos trabajos publicados, parece ser que los microorganismos simbiontes no juegan un papel relevante en este asunto, sino que son los propios indicadores los que disponen de la capacidad endógena para ello, y de hecho, se han hallado lipasas tanto en el pancreas como en el propio intestino de estas aves. Aparte de contar con las enzimas digestivas adecuadas para ello, para poder digerir cera, ésta debe permanecer largo tiempo en el intestino; esto es, se requieren tiempos de procesamiento verdaderamente prolongados, tras los cuales llega a absorberse el 90% de la cera ingerida. También parece jugar un papel importante en la digestión de las ceras el reflujo desde el intestino hasta la molleja, -relativamente habitual en las aves-, del contenido intestinal, ya que la molleja actúa como un molino emulsificador muy efectivo. El único problema que tiene la cera es que ella sola no sirve para satisfacer las necesidades nutritivas de las aves, ya que necesitan fuentes de alimento complementarias para obtener las proteínas que necesitan, pero es de suponer que otros productos alimenticios contribuirán de forma significativa a cubrir esas necesidades.



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