Cuando solo unos cuantos visionarios podían imaginar lo que con el tiempo sería internet, a finales del siglo XIX ya había quien planteaba una nueva forma de escuchar música sin necesidad de comprar un disco o, como hacíamos hasta hace poco tiempo, descargarse las canciones. En 1897, Thaddeus Cahill patentó el telarmonio o dinamófono, un artilugio que sirvió para escribir la primera página de la historia de la música electrónica, convirtiéndose en un servicio rudimentario de música por ‘streaming‘.

Así, casi fruto del azar, en 1897 surgió el primer Spotify. Por aquel entonces, Cahill se encontraba investigando las transmisiones telefónicas cuando se percató de que al enviar corrientes eléctricas a través de la línea se podía escuchar un tono a través del auricular del teléfono recibía la señal. Así fue como dedujo que si en lugar de que un solo generador utilizaba varios para mandar diferentes señales, tendría distintas notas.

Tras cuatro años investigando, acabó armando un gigantesco instrumento musical de más de 200 toneladas de peso y más de 18 metros de largo. Thaddeus Cahill necesitó reunir 200.000 dólares de la época para construir el telarmonio, que contaba con 145 dinamos capaces de generar multitud de frecuencias sonoras. Distintos intérpretes se sucedían a lo largo del día en los diferentes teclados de siete octavas desde los que se gestionaba este monstruoso mamotreto.

Y no solo eso. Esas octavas, en lugar de estar divididas en las habituales 12 notas, estaban fragmentadas en 36 notas. ¿Qué quiere decir esto? Sencillo: el telarmonio tenía un ‘do’, un ‘do’ sostenido y dos teclas más entre ambas, cada una de ellas con una tonalidad totalmente diferente. Podríamos resumir que se trataba de un gigantesco órgano eléctrico que, eso sí, no era nada sencillo de manejar y para el que siempre hacían falta varios músicos aunque se interpretasen las obras más simples.

Para poder pagarles y mantener la infraestructura, Cahill pergeñó una revolucionaria forma de explotación. Si ahora pagamos 9,99 euros por escuchar sin límites Spotify, ya sea en nuestro ordenador o en cualquier dispositivo móvil, en aquella época los ciudadanos de Nueva York tenían que abonar 20 centavos para escuchar las melodías que brotaban del telarmonio durante todo el día.

Bastaba con descolgar el teléfono, pedir al operador que les conectase con el ‘Telharmonium Hall’ y así tendría un hilo musical en casa. Todo ello, cuando aún quedaba más de una década para que las radios aterrizasen en los hogares. Si bien al principio el servicio solamente estaba disponible para hoteles y restaurantes, su inventor no tardó en ampliar el rango de todo aquellos que podrían beneficiarse de lo que algunos llamaban “la era de la democracia musical”.

No obstante, la tecnología con la que contaba Thaddeus Cahill no permitió que este visionario pudiera completar los planes que tenía en mente. En 1907 quería llevar el servicio del telarmonio más allá de la ciudad de Nueva York, pero las dificultades técnicas y económicas hicieron inviables los sueños de Cahill. Cuanta más distancia tenía que recorrer la corriente eléctrica a través de la línea telefónica, más fuerza perdía el sonido, por lo que si tenía que viajar varios cientos de kilómetros el sonido que llegaría sería débil y distorsionado.

Había quien decía que, para conseguir más suscriptores, habría que sumar mucha más potencia, es decir, hacer el telarmonio más grande. Si no era suficiente ocupar más de una planta en un edificio de Manhattan (la ‘planta de la música’ como Cahill la llamaba), en la que se acumulaban por todas partes los rotores, cables, transformadores y alternadores, había quien proponía ampliar la potencia de aquel inmenso artefacto y, por lo tanto, multiplicar los elementos electrónicos que lo conformaban.

Pese a no disponer de los recursos necesarios para incrementar su potencia y aumentar el número de suscriptores, el telarmonio logró sobrevivir hasta el ‘boom’ de la radiodifusión. Las melodías de grandes maestros de la música como Chopin o Bach que brotaban de aquel fascinante primer sintetizador de la historia, capaz de replicar los sonidos de multitud de instrumentos musicales, lograron contentar el oído de muchos ciudadanos de Nueva York.

Si bien por aquel entonces resultaba imposible elegir la canción que queríamos escuchar o llevar en el ‘smartphone’ el último ‘single’ del artista del momento, lo cierto es que el telarmonio de Thaddeus Cahill marcó un antes y un después en la historia de la música. Aquel fascinante invento, capaz de reproducir los mismos sonidos que un instrumento musical y muchos más que cualquier otro, revolucionó por completo la forma de escuchar y enviar música.

Y, si bien actualmente no todo el mundo está dispuestos a desembolsar una pequeña cantidad para tener en su bolsillo el inmenso archivo de plataformas como Spotify, a comienzos del siglo XX ya eran muchos los que no tenían la más mínima duda. ¿Que había que pagar 20 centavos por descolgar el teléfono y tener hilo musical? Se pagaban. Al fin y al cabo, la música es el motor que mueve el mundo.




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