Una de las primeras veces en las que la letra pequeña le jugó una mala pasada a alguien fue en el siglo XVI, en Escocia. Por aquel entonces, gobernaba el rey Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia. Hijo de María Estuardo, llegó al trono con tan solo un año de edad. En tamaña labor el precoz rey no estaba solo, sino que contaba con algún que otro ayudante, como George Buchanan.
El bueno de Buchanan era, en principio, historiador y poeta. Él tenía los conocimientos necesarios para orientar al joven rey y, de hecho, lo convirtió en un amante de la literatura y despertó en el monarca las ganas de saber y conocer. Otra cosa es la pedagogía que practicaba: se dice que dio varias palizas al pequeño y que odiaba a la familia de este. Una joya...
Más allá de su labor educativa, Buchanan era el hombre para todo de Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia. Era también intérprete en los viajes a las cortes francesa o española y bufón: también se encargó de divertir a la corte mientras estuvo en ella. Los historiadores afirman que se servía de sus dotes como poeta para entretener al personal. Pero con una de sus bromas dio una sabia lección al rey Jacobo.
El monarca firmaba documentos de manera muy relajada y sin prestar atención a lo que ponía en ellos. Todo un peligro. Buchanan decidió que había que cambiar su comportamiento. Y para ello había que tomar medidas excepcionales.
Por eso, el tutor del monarca le llevó hasta el trono un documento más que Jacobo firmó sin leer. Pero no era un documento cualquiera: en él, cedía la corona durante 15 días al bufón. Una vez se lo devolvió a Buchanan, este le dijo que se levantara, que no debía estar allí. Jacobo se levantó y Buchanan se sentó en el lugar que ocupaba. El hombre de confianza de Jacobo se declaró rey y le dijo al que había abdicado: “Tú, que eras rey, debes ser mi bufón, porque ahora soy yo el hombre más inteligente”.
El monarca se molestó, obviamente, pero su tutor le mostró el documento con su firma y sello: había renunciado a sus poderes durante 15 días. De haber sido otra persona, probablemente habría sido ejecutado en aquel mismo instante, pero siendo su fiel consejero la cosa no fue a más.
Esta divertida broma sirvió para enseñar una lección muy importante al joven rey: debía tener cuidado con los documentos que le extendían, porque podían serle perjudiciales. Antes de firmar, había que leer con cuidado sí o sí. Desde ese día lo hizo con todos los papeles.
Gracias a ello, un bufón (además de historiador, poeta, intérprete y hombre para todo) dio un consejo vital para las estrategias políticas de un monarca. Y, de paso, pudo presumir de haber sido nombrado por el rey como su sustituto durante 15 días.