Da igual que las estadísticas señalen al avión como el medio de transporte más seguro del mundo: cada vez que una turbulencia nos hace dar un saltito en el asiento, el estómago se nos sube a la garganta y hasta nos entran ganas de aprender a rezar.
Cualquier piloto experimentado nos dirá que las peores turbulencias que un pasajero llega a experimentar durante su vida no son nada comparadas con lo que una aeronave puede llegar a soportar. Que los golpes de viento y los cambios de presión son algo normal. Da igual lo que nos digan: todos aspiramos a una flotación extra suave, más parecida a deslizarse en un cajón de plumas por un suelo pulido que a atravesar el cielo dentro de un supositorio metálico de 350.000 kilos propulsado a más de 800 kilómetros por hora.
Así que si estás entre los muchos millones de pasajeros que llevan mal los vuelos largos y las turbulencias, malas noticias: los vuelos transatlánticos pronto serán una experiencia aún más larga, accidentada, dura e incómoda de lo que ya son.
Así al menos se sugiere en un nuevo estudio publicado en Environmental Research Letters. Y la culpa es del cambio climático.
Los investigadores han estudiado los efectos que tendría doblar la cantidad de dióxido de carbono emitido a la atmósfera, una hipótesis que va en la línea de las previsiones de la Agencia Internacional de Energía de cara a 2050. Y sus conclusiones no son nada agradables.
En ese escenario, sostienen los autores, los vuelos transatlánticos necesitarán estar más tiempo en el aire para completar sus rutas —unas 2.000 horas adicionales, calculan—, tendrán que quemar 22 millones de dólares extra en combustible al año —lo que podría repercutir en una subida de precios de los pasajes—, y emitirán unos 70 millones de kilos adicionales de dióxido de carbono a la atmósfera.
Todo eso ya tiene que ver, y mucho, contigo. Las consecuencias descritas no harán sino retroalimentar los problemas propios del cambio climático, creando un círculo vicioso. Pero los efectos también se dejarán notar en el cuerpo.
“Las malas noticias para los pasajeros son que los vuelos van a tener que enfrentarse a vientos de cara más fuertes”, explica Paul Williams, de la Universidad de Reading, en un comunicado. Es decir, más y mayores turbulencias. Más corazones queriendo salir por la boca.
La buena noticia es que esas mayores turbulencias y esos retrasos sólo se dejarán sentir en una dirección, de este a oeste. Eso es debido a lo que en meteorología se conoce como corrientes en chorro.
“Sabemos lo que crea estas corrientes. Es la diferencia de temperaturas entre las regiones tropicales cálidas y las regiones frías de los polos a altura de vuelo”, explica Williams a BBC. “Estamos muy confiados en que las corrientes de chorro están aumentando en fuerza como consecuencia del cambio climático”.
Aunque para el estudio se tomó como referencia la ruta Nueva York-Londres, los autores consideran muy probable que el impacto en los vuelos por los cambios en los flujos de aire de la atmósfera se sienta en todo el mundo .
"Creo que estos resultados son un paso importante para completar el gran rompecabezas que es esta intrincada relación que los humanos tenemos con el sistema climático".