«Desde que tengo uso de razón Ennio Morricone siempre ha sido mi compositor favorito; y cuando digo compositor favorito no me refiero al gueto de los compositores para películas, me refiero a personajes de la talla de Mozart, Beethoven, o Schubert». Las palabras las pronunció Quentin Tarantino en agradecimiento al Globo de Oro que recogió en nombre del compositor italiano por la banda sonora de «Los ocho odiosos».
No exageraba demasiado el director estadounidense. De hecho, si Mozart alimentó su leyenda avalado por su precocidad: a los cinco años de edad ya compuso alguna de las obras de su repertorio, Morricone lo hizo cuando tenía solo 6. Trompetista de formación, el italiano sigue a sus 87 años, sorprendiendo tímpanos en todo el planeta con cada una de las pequeñas o grandes obras que han forjado su leyenda.
El cine le ha dado fama y reconocimiento mundial a quien comenzó su carrera escribiendo obras que firmaban terceros o arreglando algunas bandas sonoras ajenas sin figurar en crédito alguno.
El mérito de regalar al cine la extensa obra de este italiano universal es de Sergio Leone, el primero que le sentó a trabajar frente a las imágenes de un western: «Un puñado de dólares», que habría de cambiar para siempre dos conceptos: el de película del oeste y el del valor de la música en este y sucesivos géneros.
Oscar y Morricone son conceptos tan asociados que extraña saber que solo posee una estatuilla y que tal premio no está ligado a ninguna de sus más de 500 obras para el cine, sino a todas ellas.
Lo recibió en 2006. El Oscar Honorífico de ese año vino a paliar la paradoja de que sus nominaciones en 1978 (por «Días del cielo»; 1986 (por «La misión»); 1987 por «Los intocables de Eliott Ness»; 1991 (por «Bugsy») y 2000 (por «Malèna») se saldasen sin premio final. Por contra, las seis ocasiones en las que los británicos le han nominado a un Bafta, se lo han dado.
La de 2016 es, por tanto, la sexta ocasión en la que optará a la estatuilla. No parece casual que sea un western moderno quien logre que la academia salde su deuda con quien inspiró a todos los compositores que le sucedieron en el género.
Si la belleza clásica de la banda sonora de «La Misión» le sirvió para que quienes no habían reconocido su talento se rindiesen ante el poder de las cuerdas y vientos que subliman las imágenes de la cinta, Morricone ha hecho en «Los odiosos ocho» un trabajo tan personal como cinematográfico, una obra difícilmente descontextualizable de lo filmado por Tarantino.
Si con «El bueno, el malo y el feo» lograba que una trompeta evocase desiertos, pistoleros y Colts del 45, e hiciese lo propio con el bordón desangelado que en semicorcheas enmarcaba, junto a trompetas y castañuelas, la tensión del duelo final de «La muerte tenia un precio», con «Los odiosos ocho» ha logrado que ambos géneros propios se den la mano y jueguen con las emociones del espectador al compás de cada fotograma que, con permiso de Tarantino, acompaña la música que el italiano ha dado a luz en la cinta.
Morricone reivindica un Oscar que no sea por sus 500 obras en el cine como lo fue el honórifico. Lo reclama nota a nota por esta en concreto. Puede que los oídos de los académicos fuesen eclipsados por sus ojos en algunas de las películas citadas, cintas en las que la música era tan perfecta, tan adecuada, tan parte de la escena, que podía incluso diluirse y pasar desapercibida. En esta ocasión Morricone no deja dudas de que merece todos los reconocimientos musicales que ha tenido. Pero, sobre todo, que le deben un reconocimiento como cinematógrafo, porque cine es también, y mucho, todo aquello esencial pero que los ojos no captan, y que ha tenido durante años un apellido: Morricone. Y un nombre: Ennio.