El mito comenzó a construirse a finales del siglo XIX. Sucedió cuando el antropólogo alemán Franz Boas regresó tras explorar la isla de Baffin, una región del norte de Canadá habitada por esquimales. Según él, los ‘inuit’ contaban con decenas de palabras para nombrar a la nieve.

La supuesta observación del científico se extendió y llegó hasta nuestros días: los esquimales tienen 50 palabras para referirse a la nieve. Sin embargo, esta cifra siempre ha sido recibida con recelo por muchos.

Especialmente los lingüistas han acusado a Boas durante todo este tiempo de exagerar hasta crear lo que se ha llegado a bautizar como “el bulo del vocabulario esquimal”. Incluso se han escrito ensayos sobre el asunto, en los que se acusa al antropólogo de haberse dejado llevar por “el entusiasmo popular por abrazar hechos exóticos” y se apunta que “el mito de las múltiples palabras para la nieve se basa prácticamente en nada”.

¿Solo 50?
Sin embargo, hay buenas noticias para la memoria de Boas y para todos aquellos a los que les encante la idea de un idioma con tan rico vocabulario: aunque durante más de un siglo los expertos han negado la posibilidad de que existan tantas palabras para referirse a la nieve, lo cierto es que Boas no andaba para nada desencaminado.

Para empezar, hay que tener en cuenta que no hay un idioma esquimal como tal, sino que los ‘inuit’, cuya presencia se extiende desde Canadá hasta Siberia, cuentan con múltiples y ricos dialectos. “Algunos tienen más palabras para la nieve que otros”, señala la lingüista Arika Okrent.

Además, estos dialectos ofrecen la posibilidad de formar nuevas palabras añadiendo diferentes sufijos para sumar distintos significados. Aquí está una de las claves para comprender las diferencias entre Boas y sus detractores: mientras el antropólogo consideró todos esos términos distintos, muchos lingüistas observaron que las palabras eran demasiado similares como para considerarlas diferentes.

Por si fuera poco, hay que tener en cuenta que para los esquimales puede resultar de vital importancia saber cuál es el estado exacto de la nieve, por lo que todas las descripciones posibles son pocas. ¿Está lo suficientemente dura como para caminar sobre ella? ¿Se ha congelado? ¿Cae aguanieve? Toda esa información no cabe en una sola palabra.

Así, la combinación de diferentes dialectos y las necesidades de un extenso vocabulario terminan dándole la razón a Boas: los lingüistas han terminado hallando hasta 40 términos distintos en el vocabulario de los esquimales siberianos, mientras que los ‘inuit’ canadienses tienen, al menos, 53 formas de nombrar a la nieve.

Así, se utiliza ‘tlamo’ para hablar de la nieve que cae en forma de grandes copos, ‘tlaslo’ a la que cae lentamente y ‘kripya’ a la que se derrite para luego congelarse, por ejemplo.

No obstante, la nieve no es el término que más le aporta al vocabulario de las frías tierras del norte, ni los esquimales son los únicos que cuentan con semejante riqueza léxica. Por una parte, en finés también existen hasta 40 palabras para hacer referencia a la nieve, mientras que el pueblo lapón, que utiliza más de 180 términos para hablar de nieve y hielo, cuenta con hasta mil palabras para hablar de renos.

Tienen un tipo de beso propio y sí, aunque parezca una gélida leyenda urbana, los esquimales tienen 50 (y más) formas de referirse a la nieve. Para ellos, es cuestión de vida o muerte.





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