Uno de los maestros de la literatura de terror también fue capaz de engañar a los medios de comunicación de su época, allá por el primer tercio del siglo XIX. Un periódico de la época llegó a publicar que un viaje en globo entre Inglaterra y París había terminado accidentalmente en Estados Unidos tras 75 horas de vuelo. El mismísimo Edgar Allan Poe había inventado semejante historia y al diario no le quedó otra que pedir disculpas luego. Otra de las mentiras que coló fue que un hipnotizador profesional era capaz de devolver a la vida a su amigo fallecido mediante la hipnosis.

Edgar Allan Poe fue un gran escritor romántico con influencias en todos los grandes novelistas del siglo XIX. Alcohólico, pendenciero y con un fino gusto para la ironía, también fue el padre del periodismo amarillo y sensacionalista. Aunque quizás no llego a saberlo nunca. Sus historias inventadas se publicaron sin cortapisa en los incipientes periódicos de masas norteamericanos para escarnio de los editores que luego tuvieron que retractarse desmintiéndolas.

Pero ¿por qué uno de los máximos exponentes de la literatura de intriga y maestro del terror moldeaba el código deontológico a su antojo? La respuesta no es sencilla y tiene que ver, en última instancia, con el dinero. O, más bien, con el hecho de no tenerlo. Poe fue el primer escritor americano que pretendió vivir de su trabajo. En su intento, tuvo que competir con unos medios que preferían plagiar obras de autores ingleses a pagar a los escritores locales. En el siglo XIX no existían los derechos de autor y los préstamos de obras ajenas no eran en absoluto embarazosos ni vergonzantes. Poe fue el primero, pero no el único, que se tomó la literatura como una profesión a alternar con el periodismo y exigía su justa retribución. Cuando no la conseguía, se vengaba de los redactores jefes y editores con sus noticias falsas.

Quizás la más famosa y que recoge con sorna el escritor catalán Jordi Sierra i Fabra en su obra ‘Poe’, en la que repasa la vida del díscolo literato, es aquella en la que imaginó un accidentado viaje transoceánico en globo. De Londres a Nueva York. A la pregunta de por qué la había inventado, el truhán sacó todo su ego romántico a relucir: “Quería que todos supieran que Edgar Allan Poe estaba en Nueva York”.

La fina línea entre la verdad y la invención que recorrió aquel artefacto periodístico es la siguiente. El New York Sun incluyó un suplemento en su edición del 13 de abril de 1844 para contar la fantástica historia de Monck Mason, el primer aeronáutico en cruzar el Atlántico en apenas 75 horas.

El globo aerostático, llamado Victoria, partió de Londres con el objetivo de aterrizar en París. Sin embargo, debido a un accidente en el timón, acabó a merced de las corrientes de aire que le llevaron a cruzar el océano hasta la isla de Sullivan, cerca de las costas de Carolina del Sur, donde tomó tierra. Poe no inventó toda la historia sino que recurrió a personajes reales como el propio Mason que, en efecto, había volado en globo desde Londres hasta Weilburg (Alemania) en 1836.

El día de la publicación del artículo, Poe se dirigió a las oficinas del New York Sun para contar la verdad a la multitud que allí se agolpaba. ¡La historia era una invención! ¡Un ejercicio estilístico! Pocos le creyeron. La promoción de la historia que hizo el periódico, como si de un ‘show’ se tratara, no ayudó. El artículo se acompañaba de una imagen de otro aparato volador que el propio farsante se había cuidado de plagiar. El grabado, en aquellos primeros años de prensa gráfica, valía más que las mentirijillas de un juntaletras y la masa vociferante quería ver el globo. Pero no lo consiguieron. De hecho, hasta 1978, el Atlántico no se cruzó en una aeronave de estas características. Siglo y medio después.

La verdad sobre el caso del señor Valdemar

El público americano ávido de historias fantásticas, de invenciones y nuevas máquinas, se dejó llevar en más de una ocasión por la estimulante imaginación de Allan Poe. En ‘La verdad sobre el caso del señor Valdemar’, publicado el American Whig Reviw en 1845, el escritor fue capaz de jugar con la pseudociencia, la hipnosis o el mesmerismo para mantener al público en vilo, entre la muerte del señor Valdemar y la verdad. Su presentación de los hechos como si de un estudio científico se tratase, cogió desprevenidos a los lectores que creyeron que aquella sesión de hipnosis era cierta.

De hecho, un tal Robert Coyller, un hipnotizador de Boston, afirmó que las técnicas que Poe relata las había aplicado con anterioridad para ‘resucitar’ a un borracho de su pueblo. Una pena que Poe no lo supiera a tiempo, porque el final del hipnotizado Valdemar no podía ser peor: acabó convertido en una masa casi líquida de odiosa y repugnante descomposición. En otra ocasión, un reportero escocés contactó con el autor para que le explicara la verdadera naturaleza de lo contado en el artículo y Poe no se cortó: “una farsa”, dijo.

La narración de Arthur Gordon Pym

En la única novela de Allan Poe, aparecida como folletín en 1937 y publicada en un tomo en 1938, el autor advierte que el lector se enfrenta a un texto de no ficción. A un relato periodístico. Tuvo que pasar otro siglo para que Truman Capote escribiera a ‘Sangre Fría’ y la novela factual ascendiera a género propio con el nuevo periodismo porque Poe, una vez más, trata de jugársela al receptor de su obra. Precisamente el truco de este escrito está en el prefacio, donde advierte que el lector se enfrenta a una cruda realidad. Y nada más lejos de la verdad. Arthun Gordon Pym es un personaje inventado y las matanzas, escenas caníbales y escabrosas muertes de la novela son fruto de la luctuosa mente romántica de Poe.

La novela, valiosa y admirada por los seguidores de la literatura fantástica y de ciencia ficción como H.P. Lovecraft, tuvo su reflejo en la cultura popular: se cree que la mayoría de las historias acerca del abominable hombre de las nieves surgieron tras su publicación.

El diario de Julius Rodman
Poe perpetró otra falsa historia de aventuras acerca de un aventurero llamado Julius Rodman que, en teoría, lideró una expedición a través de las Montañas Rocosas en 1792. Se publicó como un serial en la Burton’s Gentleman’s Magazine de enero a junio de 1840. El periodista y escritor fue acusado de plagio por cruzar datos de las historias de Washington Irving, ‘Astoria’ y de Lewis y Clark, ‘Historia de la expedición’. Sin embargo, más que plagio, parecen ser licencias que se toma el propio literato para dotar de más y mejores datos a un relato que pretendía ser una parodia. No obstante, era el tercer intento de Poe de jugar con el público y sus historias falsas.

Los editores, persuadidos por el joven escritor, contaron al público que Rodman fue el primer hombre en cruzar las Rocosas en 1792 y desacreditaron la historia del primero en lograrlo efectivamente, Mackenzie, en 1793. La polémica estaba servida y llegó hasta el Congreso de los EE.UU. donde un senador reconoció que Julius Rodman fue un explorador y que sus diarios los había encontrado y publicado un periódico de Philadelphia. Pero todo era una mentira de Poe.



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