Solo sucede en ese momento y en ese lugar. Los habitantes del excepcional lugar lo comprobaron en los noventa. La construcción de la presa Birecik forzó su reubicación 10 kilómetros más allá. Los aldeanos se llevaron con ellos sus plantas ornamentales, incluidas las enigmáticas rosas. Cuando comenzaron a florecer tras el trasplante algo cambió. Los rosales dejaron de dar flores negras.
Tras indagar y hacer experimentos se dieron cuenta de que las condiciones de cultivo no eran las mismas que en el pueblo original. La combinación del suelo de la aldea bañadas por las aguas del Éufrates son el secreto para que la rosas sean negras. Si se altera algún parámetro las flores permanecen rojas.
Las autoridades en un intento por salvar sus flores, únicas en el mundo, han instalado invernaderos cerca de la antigua ubicación del pueblo. Por el momento, el invento funciona y las rosas han recuperado su magnético color.