Las palabras son seres vivos que nacen, crecen, se extienden y pueden desaparecer porque caen en desuso –aymé, grant, teriaca– o porque se extinguen los objetos designados –palafrén, encalo, trespuños–. La última edición del Diccionario de la lengua española, que refleja el léxico vivo, registra 93.000 vocablos, y el Quijote, obra cumbre de la literatura en castellano, contiene 22.939 distintos, de los que casi la mitad –silguero, torniscón o sacabuche– aparecen solo una vez.

Enrique Bernárdez, catedrático de Filología de la Universidad Complutense de Madrid, determinó que el vocabulario pasivo de un hablante normal está compuesto por unas 15.000 o 20.000 palabras, de las que puede llegar a usar entre 3.000 y 5.000, que serían su vocabulario activo; el que se precisa, por ejemplo, para leer un periódico o una novela.

En la vida cotidiana se emplean muchas menos, en torno a quinientas, de modo que hay muchas que se hallan en peligro de extinción. Un estudio reciente concluyó que, en 2015, la voz pantomima solo apareció en Twitter 250 veces; amalgama, 331; y picaflor, 75.

Así ha nacido #palabrasolvidadas, iniciativa que permite “comprar” un vocablo a cambio de citarlo en redes sociales. Entre los más solicitados: pamplina, lechuguino o cuchipanda. Y entre los que buscan adopción urgente: batiburrillo, cachivache o amalgama. Pueden adquirirse, gratuitamente, en esta web.




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