Los seres humanos del siglo XVIII recibieron con agrado las técnicas de unos cuantos estudiosos para intentar recuperarse de un ataque al corazón. Algunas de ellas, que se utilizaban también para otros menesteres, han llegado hasta nuestros días. Otras, afortunadamente, no han sobrevivido hasta nuestros días. Y decimos afortunadamente porque eran métodos un tanto peculiares y extravagantes.

Allá por 1767, un grupo de vecinos de Ámsterdam se reunieron para formar la Sociedad para la Recuperación de las Personas Ahogadas. La intención de la sociedad era buscar una solución para salvarles la vida a todas esas personas que entonces sufrían paradas cardíacas. Que naciera en Ámsterdam no es casualidad: muchos eran los que caían a sus canales y, al rescatarlos, había que intentar reanimarlos.

Así, esta sociedad diseñó métodos para intentar que el corazón de los accidentados no les dejara tirados antes de tiempo. Algunos de esos métodos han llegado hasta nuestros días. Es el caso de la técnica consistente en mantener caliente a la víctima: era (y sigue siendo) clave mantener la temperatura corporal para evitar la hipotermia. También, insuflar aire en los pulmones de la víctima a través de su boca. Es lo que hoy en día conocemos como boca a boca. Ya entonces, este grupo recomendaba hacerlo, aunque también se practicaba utilizando para ello una especie de fuelle, como ahora hacen muchos equipos médicos con aparatos modernizados.

Los tratamientos para el infarto que no sobrevivieron
Sin embargo, no todo resultó ser tan útil y, de hecho, su escaso éxito sirvió para que estos métodos no llegaran a nuestros días. Una de las recomendaciones para tratar los infartos en el siglo XVIII era hacer, cómo no, sangrías. Toda una práctica medieval inspirada en la sangre que chupaban las sanguijuelas (y que también fueron usadas por los doctores). Consistían en perforar el cuerpo y hacer que la sangre saliera con el supuesto fin de eliminar todo lo malo que hubiera dentro. Cuesta creer que durante un infarto el problema se solucionase sacando sangre del cuerpo humano, pero ellos seguían haciéndolo.

Si las sangrías eran toda una moda en aquella época y se usaban incluso en el tratamiento de los infartos no faltaban otros métodos aún más extraños. Así, estos particulares galenos recomendaban hacer cosquillas con una pluma en la garganta de la víctima, probablemente para estimular las vías respiratorias y que el aire entrara y saliera con facilidad. Sin embargo, este método médico no ha llegado al siglo XXI, entre otras razones porque hacer algo así a alguien consciente o seminconsciente podría provocarle el vómito. Este tendría la posibilidad de entrar en las vías respiratorias y para qué queremos más.

No fueron los únicos métodos alocados que llegaron a ponerse en práctica para salvar a los infartados. Aquella sociedad también propuso como método infalible introducir en el cuerpo el humo del tabaco, a través de la boca o del mismísimo ano. ¿Para qué? Según la creencia de aquel entonces, el humo irritaría el cuerpo y lo estimularía para volver a su estado normal o, por lo menos, para causar algún tipo de respuesta.

Según los cálculos de la Sociedad de Ámsterdam, gracias a sus recomendaciones se pudieron salvar hasta a 150 personas en cuatro años. De hecho, y a pesar de que algunos de sus métodos suenen controvertidos, su éxito en aquella época hizo que se crearan otras sociedades de rescate similares en varias ciudades europeas. Así, en Hamburgo (Alemania) se leían estos consejos en las iglesias, con el fin de que las personas supieran cómo actuar ante un caso de infarto, pero también ante un ahogado o con síntomas de hipotermia.


A estos métodos se suman otros algo más lógicos, como aplicar presión manual al abdomen, algo parecido a uno de los ejercicios que ahora se hacen en la reanimación cardiopulmonar o RCP: realizar compresiones torácicas combinadas con respiraciones boca a boca. Por aquel entonces, existían indicaciones para presionar sobre el cartílago cricoides, que se encuentra entre la tráquea y la tiroides, para evitar que el aire entrara al esófago y se encaminara a los pulmones.

En el resto de sociedades creadas en la misma época también se defendieron métodos de reanimación cardiopulmonar un poco extravagantes, como hacer cabalgar a una víctima en un caballo (previo amarre con correas, claro) para ‘despejarlo’, o hacerla rodar sobre un barril, con el fin de que el aire se desplazara por todo el cuerpo. Aunque esta pueda parecer extravagante, fue todo un precedente de las maniobras para lograr que el aire entre y salga de los pulmones en las actuales técnicas de reanimación cardiopulmonar.

Con los años, estas sociedades se convertirían en los servicios de emergencia a los que acudimos cuando surgen problemas. Eso sí, ninguno de estos equipos va provistos de instrumental para sangrías ni de cigarros habanos para montar una humareda en la ambulancia o el hospital de campaña. Ante el infarto saben cómo actuar.



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