Prácticamente todos los animales tienen algún lenguaje. El nuestro es arbitrario: no existe relación entre los sonidos y sus significados; una palabra puede sustituir a otra sin perjudicar la comunicación. Los perros, por su parte, tienen un lenguaje no-arbitrario: el símbolo es inseparable de la cosa que representa. Se trata del lenguaje de las feromonas…
Cuando un perro está asustado libera feromonas que son subproductos de hormonas del estrés, y que otros perros huelen comprendiendo su estado anímico. (Nosotros también hablamos ese lenguaje pero somos sordos a él; no obstante, un perro puede saber cuando estamos asustados.)
La característica incontrolable de este lenguaje químico hace que el perro no pueda fingir no estar asustado, aunque seguramente le encantaría poder, como hacemos nosotros, tratar de parecer calmo o incluso peligroso frente una amenaza.
Pero lo que el perro sí puede hacer es meter el rabo entre las patas para tapar la salida de las feromonas en un intento de comunicar “no te tengo miedo”, pero su lenguaje corporal nos indica que si, que realmente tiene miedo.
Por ello, meter la cola entre las patas para no liberar feronomas que indican que tiene miedo resulta inútil, pero no deja de ser un intento de mentir. Los niños humanos hacen algo similar e igualmente ineficaz cuando se les escapa algo que no querían decir: se tapan la boca.
Igual pero a la inversa, cuando las hormonas de un perro dicen que no tiene miedo, trata de esparcir las feromonas correspondientes sacudiendo la cola: ¡está exagerando! Más o menos como nosotros cuando nos sentimos obligados a sonreír en una foto…