Los divorcios han dejado de ser inusuales en la actualidad, sin embargo, el divorcio de este hombre es todo menos normal. Lo que comenzó como un inusual experimento, terminó como una hermosa e inesperada explosión de emociones. Si lees esta nota hasta el final, seguramente aprenderás algo sobre la naturaleza del verdadero amor… La única advertencia: ¡Ten a la mano los pañuelos!

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Una noche llegué a casa, y mientras mi mujer servía la cena, tome su mano y le dije: “Quiero el divorcio”. Ella no me miró pero preguntó la razón en voz baja y mirando el suelo. Le respondí evasivamente y esto la enfureció.
Dejó los platos caer y gritó: “¡No eres un hombre de verdad!” Esa noche no hablamos. Lloró. Yo sabía que ella intentaba encontrar una razón por la que nuestro matrimonio hubiese fracasado, mas no había nada que pudiera decirle… simplemente Jane me había perdido… Ya no la quería…Y lamenté eso profundamente… Con un aire de total culpabilidad, tomé asiento frente a los documentos de divorcio, le dejé la casa, el auto, y una comisión del 30% de mi negocio. Ella se enfadó y rompió los documentos.
La mujer que había pasado 10 años de su vida conmigo, se había convertido en una total extraña. Sentía tanto que hubiese invertido tanto tiempo, energía y recursos en nuestro matrimonio… sin embargo no podía deshacer lo que ya había dicho. Finalmente rompió en lágrimas frente a mí, justo eso era lo que esperaba desde el principio; ahora el divorcio parecía más real.
Cuando llegué a casa la tarde siguiente después del trabajo, me senté frente al escritorio. No comí nada, pero fui directamente a la cama y me quedé completamente dormido.
A la mañana siguiente, mi mujer me dio sus condiciones para nuestro divorcio: No me pedía nada, pero esperaba que siguiéramos viviendo juntos y conforme a lo habitual, hasta el próximo mes. La razón:
Nuestro hijo tendría algunos exámenes importantes y no quería que lidiara con el divorcio.
También me pidió que pensara de nuevo en nuestro aniversario de bodas y en cómo la había llevado a través del umbral hasta nuestro dormitorio. De ahora en adelante, tendría que llevarla desde el dormitorio hasta el umbral de la puerta durante un mes… pensé que estaba loca, pero con el fin de hacer nuestros últimos días juntos más llevaderos, accedí.
El primer día ambos estábamos muy incómodos. Pero mientras cargaba a su madre, nuestro hijo elevó las manos con total placer y comenzó a cantar: “¡Papá lleva a mamá en sus brazos!”. Sus palabras me provocaron una sensación de profundo dolor. Llevé a mi esposa afuera de la habitación, a través de la sala de estar y luego hasta la puerta.
Ella cerró los ojos y me dijo en voz baja: “No le digas a nuestro hijo nada sobre el divorcio”. Asentí con la cabeza y ella bajó frente a la puerta.
El segundo día fui mucho más diestro. Ella se acurrucó en mi pecho, y yo podía oler la fragancia de su blusa. Me di cuenta de que hacía mucho tiempo que había perdido la conciencia de esta mujer. Ya no era joven. ¡Su rostro mostraba pequeñas arrugas y su cabello tenía canas! Nuestro matrimonio había dejado sus huellas. Por un momento me pregunté qué era lo que ella había estado haciendo durante todo este tiempo…
Cuando la levanté el 3er. Día, sentí cómo tornaba a mí un sentimiento de familiaridad. Esta era la mujer que me había dado 10 años de su vida. Al cuarto y quinto día, esa familiaridad cobró más fuerzas, se trataba del mes más fácil de llevar… y de repente me dí cuenta de que se volvía más y más breve.
Una mañana pude notar cuanto dolor y amargura había tenido que soportar mi esposa… y sin pensarlo, extendí la mano y acaricié su cabeza. En ese momento, nuestro hijo entró y dijo: “¡Papá, es hora de cargar a mamá!”.
Para él, esto se había convertido en el sólido ritual de cada mañana, en que su padre estaba muy cerca de su madre. Mi esposa entonces lo abrazó y lo sostuvo firmemente entre sus brazos. Yo me di la vuelta pues temía que pudiera no desear abrazarme también. Sin embargo, ella seguía entre mis brazos y su mano rodeó instintivamente mi cuello. La abracé con tanta fuerza… justo como en el día de nuestra boda…
El último día que la tuve entre mis brazos, ya no pude resistirlo. Supe lo que tenía que hacer… fui a casa de Jane, subí las escaleras y le dije: “Lo siento Jane, pero no quiero separarme de mi mujer…”
De repente, todo estaba claro para mí: yo tenía una mujer a la que había prometido llevar hasta el umbral el dia de nuestra boda, y a quien me aferraría a mí “hasta que la muerte nos separe”.
De camino a casa compré un ramo de flores para ella y cuando la vendedora me preguntó que deseaba que dijera la tarjeta, sonreí y le dije. “Voy a llevarte todas las mañanas hasta el umbral de la puerta, hasta que la muerte nos separe…”
Con las flores en la mano y una gran sonrisa en el rostro, llegué a casa. Pero mi esposa había muerto mientras dormía, cuando yo estaba afuera. había padecido de cáncer durante los últimos meses, más yo había estado tan ocupado con Jane que no me había percatado.
Mi esposa sabía que moriría pronto, y lo que menos deseaba era poner en peligro mi relación con mi hijo – en caso de que nos divorciáramos. Así que me permitió seguir siendo el marido afectuoso que la quería, al menos, a los ojos de nuestro pequeño. Así nos vio por última vez. A veces uno se da cuenta de que lo que tenía, cuando ya es demasiado tarde.
Resulta importante recordar todo lo vivido antes de la ruptura final, pues el amor de la gente no siempre termina definitivamente. Esperamos que esta historia te haya dejado una valiosa lección. ¡Comparte con tus amigos!

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