En 2007, Malika Auvray y Charles Spence publicaron un artículo en el que señalaban que, si sentimos que algo tiene un olor fuerte mientras lo comemos, el cerebro tiende a interpretarlo como un sabor, en vez de como un olor, aunque cuando sea la nariz la que transmite esas señales.
La mayoría de las sensaciones tienen lugar en la boca en el momento en que comemos, de modo que el cerebro generaliza y da por sentado que es de la boca de dónde procede todo el estímulo, haciendo una interpretación acorde con esas señales. Tal y como abunda en ello Dean Burnett en su libro El cerebro idiota: El mensaje que debemos recordar respecto a todo lo aquí explicado es que, si usted es mal cocinero, todavía tiene la oportunidad de quedar bien en las cenas que organice en su casa si sus invitados esa noche están muy resfriados y están dispuestos a sentarse a la mesa a oscuras.