Dicen que el amor es un millón de enfermedades distintas y puede que tengan razón. Quizás sea un completo desconocido, o un compañero de trabajo, o quizás tu mejor amigo... Nunca sabes cuándo vas a sentir ese crush, cuando el virus del amor te va a atrapar, para no soltarte en un buen rato.
Y ya te avisamos, curarse de esta enfermedad es algo muy complicado y suele dejar secuelas irreversibles.
Cuando nos enamoramos todos sufrimos los mismos síntomas. Da igual de quién se trate, el patrón se va a repetir una y otra vez. Pero ¿qué es exactamente lo que nos enamora? ¿Es el físico, la estética exterior y la actitud de la persona, el interior y la personalidad más profunda? Y además, ¿a qué responde la atracción romántica, a los sentidos o la intuición?
La respuesta a todas esas preguntas es mucho más sencilla de lo que podríamos pensar.
Esta enfermedad llamada amor es una simple cuestión de química.
Hay quienes se muestran tímidos, otros se lanzan a la piscina, algunos se sienten mareados... Da igual cómo reaccionemos ante el amor: cuando comenzamos a sentirnos atraídos por alguien todos somos víctimas de los mismos procesos químicos. Un cóctel explosivo de drogas que nuestro camello cerebral se encarga de suministrarnos, queramos o no queramos.
Adrenalina, dopamina, serotonina, oxitocina, testosterona y vasopresina. Quédate con esos nombres. Y quédate, de paso, con las regiones del cerebro que activan esas hormonas: el área ventral tegmental, el núcleo accumbens y el núcleo caudado.
Según la investigadora Helen Fisher, antropóloga de la Universidad de Rutgers y experta en la química del amor, cada una de estas hormonas juega un papel principal en las distintas fases del amor (el deseo, la atracción romántica y el apego o cariño), y son las causantes de que las mariposas iniciales se calmen y evolucionen en los sentimientos típicos de una relación de pareja más larga.
Por eso, lo mejor es repasar lo que sucede en cada una de esas fases. Empezando por el inevitable deseo.
I. El deseo
La respuesta a todas esas preguntas es mucho más sencilla de lo que podríamos pensar.
Esta enfermedad llamada amor es una simple cuestión de química.
Hay quienes se muestran tímidos, otros se lanzan a la piscina, algunos se sienten mareados... Da igual cómo reaccionemos ante el amor: cuando comenzamos a sentirnos atraídos por alguien todos somos víctimas de los mismos procesos químicos. Un cóctel explosivo de drogas que nuestro camello cerebral se encarga de suministrarnos, queramos o no queramos.
Adrenalina, dopamina, serotonina, oxitocina, testosterona y vasopresina. Quédate con esos nombres. Y quédate, de paso, con las regiones del cerebro que activan esas hormonas: el área ventral tegmental, el núcleo accumbens y el núcleo caudado.
Según la investigadora Helen Fisher, antropóloga de la Universidad de Rutgers y experta en la química del amor, cada una de estas hormonas juega un papel principal en las distintas fases del amor (el deseo, la atracción romántica y el apego o cariño), y son las causantes de que las mariposas iniciales se calmen y evolucionen en los sentimientos típicos de una relación de pareja más larga.
Por eso, lo mejor es repasar lo que sucede en cada una de esas fases. Empezando por el inevitable deseo.
I. El deseo
El deseo es la primera fase del amor, la que provoca que te sientas atraído por esa persona. Eso ya lo sabemos, estarás pensando. ¿Pero serías capaz de ponerle nombre a las sustancias que segrega tu cuerpo en ese momento?
Te encuentras en un bar y la ves. Algo en él o en ella te llama la atención. Ves y presientes cosas que te gustan y la imaginación pone el resto. En ese momento, tu cuerpo empieza a segregar dosis generosas de estrógenos y testosterona. La adrenalina comienza a recorrer tu cuerpo y hace que el corazón se acelere, empiezas a sudar y se te seca la boca... ¿Te suena esa sensación?
II. La atracción
Te encuentras en un bar y la ves. Algo en él o en ella te llama la atención. Ves y presientes cosas que te gustan y la imaginación pone el resto. En ese momento, tu cuerpo empieza a segregar dosis generosas de estrógenos y testosterona. La adrenalina comienza a recorrer tu cuerpo y hace que el corazón se acelere, empiezas a sudar y se te seca la boca... ¿Te suena esa sensación?
II. La atracción
La cadena química del amor continúa con la dopamina, un neurotransmisor que segrega el cerebro y las glándulas suprarrenales y que aumenta la liberación de testosterona.
Ese flujo de dopamina se deja sentir en varias zonas del cuerpo, incluidos los genitales y las glándulas sudoríparas, y afecta también al nivel de sensibilidad de los sentidos. ¿Sientes que el cielo es más azul cuando piensas en esa persona? ¿Que los colores son más brillantes y que hace mucho más calor? La dopamina, en el contexto de la atracción, es parcialmente responsable de eso.
La dopamina nos genera un chute de excitación, energía y motivación. Un chute que, cuando se calma, nos deja con "ganas de más". E l llamado "circuito de recompensa cerebral" demanda su dosis de mariposas. Así nos vamos convirtiendo en algo así como adictos al amor. Pensamos en esa persona, o nos acercamos a ella, para que la dopamina fluya. Y eso nos lleva a estar más felices, obnubilados y en un estado de tensión y excitación constante.
Por su parte, la testosterona aumenta el deseo sexual y el comportamiento agresivo que nos lleva a intentar seducir a nuestra (futura) pareja.
Conforme las personas nos enamoramos, el cerebro va segregando más y más sustancias químicas: feromonas, norepinefrina, feniletilamina, serotonina... Estas sustancias actúan como lo harían las anfetaminas y estimulan los receptores de placer del cerebro. Y provocan los síntomas de la “enfermedad” amorosa: aumento del ritmo cardíaco, pérdida de apetito, excitación y sueño.
La norepinefrina es el estimulante que hace que nos sintamos permanentemente alerta y que seamos incapaces de dormir. También el que, por ejemplo, provoca que recordemos hasta el último detalle de nuestras parejas.
Sí, que te acuerdes de cada detalle de cada foto del perfil en Facebook de tu amante no te hace un psicópata. Solo son las hormonas.
La feniletilamina es la responsable de las sensaciones de vértigo y también de las pérdidas de apetito. S i la relación se rompe antes de tiempo es probable que bajen sus niveles y experimentemos sensaciones de depresión. La feniletilamina es una hormona precursora de la dopamina, de ahí que también se encuentre en grandes cantidades en esta fase.
Los neurotransmisores que segrega el cerebro cuando nos enamoramos también provocan los síntomas de la “enfermedad” amorosa: aumento del ritmo cardíaco, pérdida de apetito, excitación y sueño
Es también durante esta segunda fase cuando se activan más claramente los sistemas de recompensa cerebrales. Este sistema se activa frente a un estímulo externo y envía señales mediante conexiones neuronales que hacen que se libere la dopamina y oxitocina, los neurotransmisores responsables de las sensaciones placenteras.
Cuando comenzamos una relación, este sistema de recompensas es muy fácil de estimular. Ver sus fotos, que nos toque el brazo o simplemente pensar en él o en ella puede hacer que nuestro ánimo se eleve hasta el infinito.
III. El cariño
Ese flujo de dopamina se deja sentir en varias zonas del cuerpo, incluidos los genitales y las glándulas sudoríparas, y afecta también al nivel de sensibilidad de los sentidos. ¿Sientes que el cielo es más azul cuando piensas en esa persona? ¿Que los colores son más brillantes y que hace mucho más calor? La dopamina, en el contexto de la atracción, es parcialmente responsable de eso.
La dopamina nos genera un chute de excitación, energía y motivación. Un chute que, cuando se calma, nos deja con "ganas de más". E l llamado "circuito de recompensa cerebral" demanda su dosis de mariposas. Así nos vamos convirtiendo en algo así como adictos al amor. Pensamos en esa persona, o nos acercamos a ella, para que la dopamina fluya. Y eso nos lleva a estar más felices, obnubilados y en un estado de tensión y excitación constante.
Por su parte, la testosterona aumenta el deseo sexual y el comportamiento agresivo que nos lleva a intentar seducir a nuestra (futura) pareja.
Conforme las personas nos enamoramos, el cerebro va segregando más y más sustancias químicas: feromonas, norepinefrina, feniletilamina, serotonina... Estas sustancias actúan como lo harían las anfetaminas y estimulan los receptores de placer del cerebro. Y provocan los síntomas de la “enfermedad” amorosa: aumento del ritmo cardíaco, pérdida de apetito, excitación y sueño.
La norepinefrina es el estimulante que hace que nos sintamos permanentemente alerta y que seamos incapaces de dormir. También el que, por ejemplo, provoca que recordemos hasta el último detalle de nuestras parejas.
Sí, que te acuerdes de cada detalle de cada foto del perfil en Facebook de tu amante no te hace un psicópata. Solo son las hormonas.
La feniletilamina es la responsable de las sensaciones de vértigo y también de las pérdidas de apetito. S i la relación se rompe antes de tiempo es probable que bajen sus niveles y experimentemos sensaciones de depresión. La feniletilamina es una hormona precursora de la dopamina, de ahí que también se encuentre en grandes cantidades en esta fase.
Los neurotransmisores que segrega el cerebro cuando nos enamoramos también provocan los síntomas de la “enfermedad” amorosa: aumento del ritmo cardíaco, pérdida de apetito, excitación y sueño
Es también durante esta segunda fase cuando se activan más claramente los sistemas de recompensa cerebrales. Este sistema se activa frente a un estímulo externo y envía señales mediante conexiones neuronales que hacen que se libere la dopamina y oxitocina, los neurotransmisores responsables de las sensaciones placenteras.
Cuando comenzamos una relación, este sistema de recompensas es muy fácil de estimular. Ver sus fotos, que nos toque el brazo o simplemente pensar en él o en ella puede hacer que nuestro ánimo se eleve hasta el infinito.
III. El cariño
La enfermedad amorosa llega a su punto álgido con el enamoramiento propiamente dicho. El cariño o apego, lazo afectivo de larga duración que permite la continuidad del vínculo entre la pareja, se ve en parte regulado por las hormonas oxitocina y vasopresina, que también afectan al circuito cerebral del placer.
Anteriormente se creía que esta fase tenía fecha de caducidad, pero un estudio llevado a cabo por Bianca Acevedo, neurocientífica de la Universidad Cornell de Nueva York, desveló en 2009 que el amor puede ser duradero.
O sea, que la química del amor puede permanecer más o menos estable a lo largo de períodos de tiempo prolongados.
Un análisis del cerebro de parejas estables (relaciones de más de 15 años) reveló que la liberación de dopamina y la activación del circuito de recompensa cerebral seguían funcionando más o menos al mismo nivel que en las primeras fases de la relación tantos años después.
Además, en los experimentos realizados con motivo de ese estudio se comprobó que también se activaban otras zonas cerebrales distintas que segregaban oxitocina y vasopresina. También se segregó serotonina y se encontró actividad en el área de receptores opiáceos que se activa también al tomar fármacos contra el dolor y la depresión.
Eso explica por qué cuando llegamos a una relación estable entramos en una fase de bienestar y calma.
Esa fase en la que la enfermedad amorosa parece estar fuera de tu cuerpo y disfrutamos del amor con nuestra pareja.
Hasta que todo se rompa de nuevo y la enfermedad regrese, con más fuerza que nunca.
Anteriormente se creía que esta fase tenía fecha de caducidad, pero un estudio llevado a cabo por Bianca Acevedo, neurocientífica de la Universidad Cornell de Nueva York, desveló en 2009 que el amor puede ser duradero.
O sea, que la química del amor puede permanecer más o menos estable a lo largo de períodos de tiempo prolongados.
Un análisis del cerebro de parejas estables (relaciones de más de 15 años) reveló que la liberación de dopamina y la activación del circuito de recompensa cerebral seguían funcionando más o menos al mismo nivel que en las primeras fases de la relación tantos años después.
Además, en los experimentos realizados con motivo de ese estudio se comprobó que también se activaban otras zonas cerebrales distintas que segregaban oxitocina y vasopresina. También se segregó serotonina y se encontró actividad en el área de receptores opiáceos que se activa también al tomar fármacos contra el dolor y la depresión.
Eso explica por qué cuando llegamos a una relación estable entramos en una fase de bienestar y calma.
Esa fase en la que la enfermedad amorosa parece estar fuera de tu cuerpo y disfrutamos del amor con nuestra pareja.
Hasta que todo se rompa de nuevo y la enfermedad regrese, con más fuerza que nunca.