La lámpara dispone de lentes de Fresnel cuyo número, ancho, color y separación varía según cada faro. Cuando en la oscuridad el faro se encuentra en funcionamiento, la lámpara emite haces de luz a través de las lentes, que giran en 360 grados.
Desde el mar los barcos no sólo ven la luz del faro, que les advierte de la proximidad de la costa, sino que también lo identifican por los intervalos y los colores de los haces de luz, de forma que pueden reconocer frente a qué punto de la costa se encuentran.
Algunos faros también están equipados con sirenas, para emitir sonidos en días de niebla densa, cuando el haz luminoso no es efectivo.
Los modernos sistemas de navegación por satélite, como el GPS, han quitado importancia a los faros aunque siguen siendo de utilidad (seguridad) para la navegación nocturna ya que permite la verificación del posicionamiento en la carta de navegación.
En aguas restringidas como por ejemplo los canales de acceso, se sigue navegando por referencia a boyas y luces de tierra como enfilaciones dado que no es relevante la posición geográfica tanto como la posición relativa a los peligros circundantes.
La historia del faro como elemento de seguridad marítima ha estado siempre ligada a la navegación humana desde la Antigüedad, para señalar donde se encontraba la tierra.
En la entrada de los puertos construidos por los romanos solía haber altas torres que servían de faro a imitación del célebre de Alejandría erigido por Ptolomeo II y el cual, recordando las piras de apoteosis, estaba formado por pirámides truncadas puestas en disminución una sobre otras.
Es muy probable que los faros existieran antes de las épocas romanas y griegas, y que los fenicios y los cartaginenses encendían hogueras en lo alto de las torres de vigía que levantaban en puntos destacados de las costas.
De los faros construidos por los romanos quedan pocos vestigios, si bien algunos todavía conservan su aspecto original, como el faro poligonal del Castillo de Dover, en Inglaterra.
Durante la Edad Media y la Edad Moderna, los faros no fueron objeto de ningún perfeccionamiento salvo en su decorado que a veces fue notable.
En el siglo XVII los faros no eran todavía más que torreones con una plataforma superior en la que se encendían hogueras de madera de carbón, alquitrán o brea que ardían en tederos.
Ya algunos faros disponían en lo alto de su torre de una linterna en la que se colocaban hermosas lámparas de aceite o sistemas con mechas introducidas en sebo.
Hasta finales del siglo XX, los faros tenían guardafaros, también llamados fareros, que acostumbraban a vivir en el mismo faro, y que debían ocuparse del mantenimiento y de la limpieza del faro, sobre todo de las instalaciones lumínicas.
Actualmente, los faros que siguen en uso son operados en su mayoría de forma automática, y vigilados a distancia.