Que los chinos comen esto, que los chinos comen aquello...

No solo en oriente tienen sus platos asquerosos (para los occidentales) sino que en casi todas partes del mundo existen comidas que en otras regiones resultan repulsivas. Hoy vamos a conocer 4 platos bastante particulares de la cocina española. Normalmente son alimentos que por ingredientes, ritual de preparación o manera de consumo dejan sin habla o despiertan un cierto espíritu de denuncia.

1. Cochinillo castellano

A un turista no le cuentes milongas. A media explicación del camarero de la variedad de cochinillos y la subdivisión según los días desde su nacimiento, dejará de escuchar mirando a la mesa de al lado. Alguien que está de vacaciones por las anchas castillas mirará a los ojos del cerdito casi recién nacido con menos de 10 días de vida y alucinará.

Para los entendidos en la materia, es un plato que forma parte de la cocina castellana desde la invasión del Imperio Romano en tierras de Hispania. El tostón asado recibe este nombre por tener los ojos “atostonados” (cerrados). Suelen ser los mejores cochinillos porque los primerizos de la camada son de mayor tamaño.

Atraídos por una comida típica, algunos turistas despistados se dejan caer hasta las tabernas típicas de Segovia y Madrid siguiendo las recomendaciones de las guías. Cuando ven al cerdito de cuerpo entero asado en su propia grasa dentro de una cazuela de barro y el método de partir la cabeza del cochinillo con el canto de un plato, más de uno pega un salto hasta el techo. La guillotina aplicada a la gastronomía en pleno siglo XXI.

2. Lamprea a la gallega

El reconocido periodista José Carlos Capel define este plato de una manera casi violenta: “Cocina de la sangre, espectáculo gore total”. Es verdad que su aspecto no ayuda. La lamprea se conoce como el vampiro del agua porque tiene una boca dentada casi extraterrestre con un cuerpo que se retuerce fuera del agua. Este plato típico de Galicia requiere que la lamprea se desangre gota a gota para después guisarla con verduras, vino tinto y su propia sangre.

Entre febrero y abril la lamprea remonta el río Miño. Es curioso, pero este “ejercicio físico” las hace más sabrosas porque se depuran y afinan a medida que remontan las aguas. Es en esta época cuando en Pontevedra se hace una feria de interés nacional que congrega a muchos curiosos. Algunos turistas cuando ven el aspecto real de la lamprea con todos sus dientes, vuelven al albergue, cargan la mochila a sus espaldas y acaban el Camino de Santiago sin mirar atrás .

Los expertos cocineros de lamprea parecen cirujanos cuando cocinan el plato. Se escalda dos veces antes de introducir un cuchillo hasta las branquias cerca del cuello. Después de cortar la cabeza, se utiliza el vino tinto para evitar coagulaciones de la sangre, se retira la medula espinal que da mal sabor y se sirve con o sin hígado.

3. Conejo con caracoles murciano y caracoles a la llauna catalanes

Para un norteamericano comer este plato sería como comerse a su propia mascota. Nada dentro de este plato le entrará de buenas a primeras a un turista. Ni el conejo ni el caracol ni el arroz, que tiene todo el jugo del conejo y el caracol. Son dos ingredientes de origen animal nada habituales en gastronomías internacionales excepto en algunos países asiáticos como Vietnam.

Los recién llegados no entienden como los españoles comemos carne de conejo o añadimos caracoles al arroz con caparazón incluído. Para la gran mayoría, son animales que sólo se conciben como mascotas o en estado salvaje.

Dentro de la variada gama de arroces que se pueden consumir en el municipio de Calasparra (Murcia), el arroz con conejo y caracoles serranos es uno de los más típicos y tradicionales. Llevado al límite, para un foraneo comer carne de conejo es como comer carne de perro para nosotros. Un ultraje. Si además le añades caracoles ya tienes un plato explosivo. Dos bombazos al precio de uno. 



Por cierto, en Cataluña existe una versión de plato con caracoles que deja sin respiración a los visitantes primerizos en la ciudad de Lérida. Son los caracoles “a la llauna” (bandeja de horno). Los caracoles siempre deben estar en ayunas (purgados), al menos una semana. Se lavan solo con agua. Nunca hay que lavarlos con sal o vinagre, ya que esta receta requiere, necesariamente, que queden cocinados con su propia baba. Se cubre con sal gruesa el fondo de la bandeja de horno, se disponen encima con la parte carnosa hacia arriba y se dejan a fuego fuerte (preferiblemente de leña). Se sabe que están al punto cuando la parte carnosa toma un color dorado.

Para un leridano es una delicatessen sin parangón que merece un festival anual en su honor (Aplec). Para un turista poco experimentado es un matadero con chasquidos de caparazones humeantes a fuego vivo.

4. Rabo de toro cordobés

Para empezar, la mayoría de restaurantes españoles engañan al consumidor. Actualmente, lo que llega al plato es el rabo de vaca. No de toro. Aunque a efectos prácticos, la imagen es igual de impactante para el foráneo. Es cierto que, en los orígenes del plato, s e preparaba con los rabos de toros bravos, tras la corrida con los los toros muertos de la arena.

Se conoce el plato desde la época romana. Antaño se vendía esta pieza como despojo en las casquerías. La receta típica que prevalece en la actualidad data de finales del XIX. Aunque la gente relaciona el plato de manera automática con la ciudad de Madrid, fue en Córdoba donde adquirió todo su prestigio allá por el siglo XVI.
Dicen que se necesita paciencia casi monacal para estofarlo durante horas para que su carne quede bien melosa. Después de presenciar en directo con toda la familia un corrida de toros, más de un turista rechaza el plato para siempre. También es muy común usarlo para elaborar sancochos en países como Colombia, Ecuador y Venezuela.





ANUNCIO PATROCINADO



Con la tecnología de Blogger.