La mayoría de los animales utilizan su lengua para saborear, lavarse, o capturar y manipular a sus presas. Algunos pocos, incluyendo al ser humano, también las ocupan para emitir sonidos. Sin embargo, la lengua de las serpientes no cumple ninguna de estas funciones.


El biólogo evolutivo Kurt Schwenk, de la Universidad de Connecticut, ha estudiado a las serpientes durante más de 20 años y explica que sus lenguas recogen químicos del suelo y el aire. En estricto sentido, no "huelen" con la lengua como comúnmente se cree, pues no cuentan con receptores de olfato o gusto. En lugar de ello, poseen receptores localizados en el órgano vomeronasal o de Jacobson, en el paladar.

Una vez dentro del órgano vomeronasal, los químicos evocan diferentes señales eléctricas que se transmiten al cerebro. Puesto que la lengua de las serpientes es bífida, pueden recolectar informacón química de dos lugares distintos al mismo tiempo. Cuando extienden las puntas de su lengua, la distancia entre ellas puede ser dos veces más grande que la cabeza de la serpiente, permitiéndole detectar gradientes en los químicos del medio ambiente y proporcionándole un sentido de dirección.

Las señales químicas pueden ser recolectadas del suelo, lamiéndolo momentáneamente, o del aire. Para esto, oscilan sus lenguas en el aire creando vórtices. Este movimiento les permite recibir 100 veces más aire y, por lo tanto, más partículas suspendidas que posteriormente transfieren al órgano de Jacobson.

De esta manera, pueden hallar posibles parejas sexuales, guiándose por las feromonas de las hembras, o rastrear a sus presas. Algunas víboras han evolucionado para producir un veneno pungente, aunque no letal, que les permite localizar mediante este sistema a sus víctimas heridas y moribundas.






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