Si hoy hay quienes están dispuestos a pagar miles de euros por un iPhone de oro, hace años hubo quien anunció un portátil de un millón de dólares que jamás llegó a existir. O tenía almacenado todo el porno del universo o su precio resulta inexplicable. Y aun así resulta difícil justificar que fuera a salir al mercado el portátil más caro del mundo: el ordenador del millón de dólares.

Sucedió en 2007, cuando crear dispositivos tecnológicos de lujo aún no era el pan nuestro de cada día. Hoy, cada lanzamiento de un nuevo iPhone va seguido de la fabricación de opulentas versiones con carcasas de oro de 24 quilates valoradas en miles de euros, pero antaño ese desorbitado precio era impensable para un ordenador. Ferrari, Porsche, Lamborghini… Estas y otras marcas de vehículos venden algunos de sus extravagantes coches (ni siquiera todos) por un millón de dólares. El bueno de Rohan Sinclair Luvaglio decidió que su portátil también tendría ese precio.

Tendría una pantalla LED de 17 pulgadas, una memoria de 128 gigas (como hoy la Surface Pro 4 de Microsoft o un pendrive de poco más de 25 euros), un supuesto dispositivo para limpiar la pantalla y reproductor Blu-ray. Por el secretismo de la compañía (llamada Luvaglio, como su fundador), estos eran los únicos detalles que se conocían del dispositivo. “A diferencia de muchos productos caros, nos tomamos nuestro tiempo para desarrollar algo fuera de lo normal prestando una atención real al detalle”, afirmaba el propio Luvaglio para evitar dar más explicaciones.

Desde luego, las características no parecían justificar el precio de un millón de dólares. Si algo podía explicarlo eran los diamantes incrustados en la tapa del portátil y en su botón de encendido. Guardado en una cuidada (y aparatosa) caja de madera, el portátil se anunciaba en la web de la compañía (hoy desaparecida), donde se explicaba que solo se podría adquirir mediante reserva. Sin embargo, no había forma de pedir el dispositivo ni de ponerse en contacto con Luvaglio.

Tras una nota de prensa llena de retórica y con pocos detalles, el silencio se hizo en Luvaglio. Nada más se supo del lanzamiento. Aunque Luvaglio -que hoy en día está detrás de Bizzby, un buscador de profesionales de todo tipo, desde fontaneros hasta cerrajeros- llegó a asegurar que algunos equipos estaban terminados, todo resultó ser humo.

El vídeo con el que la empresa anunciaba el famoso portátil desapareció de YouTube y nadie volvió a recordar el opulento dispositivo del millón de dólares. Hubo quien trató de descubrir qué posible estafa había tras el llamativo producto: tras encontrar la sede de la compañía (una casa a las afueras de Londres), todo parecía indicar que Luvaglio no era ni siquiera un timo. Solo se trataba del producto imaginado por un emprendedor para crear hype y acaparar titulares.

El antecesor de los QR con forma de gatito

Es imposible que no te hayas topado a estas alturas con algún que otro código QR, también conocidos como BIDI, porque ya están hasta en los manteles de las cadenas de comida rápida (por no hablar de los cementerios). Si es así, ya sabrás cómo funcionan: sacas el teléfono, lo escaneas con un ‘app’ y se abre una web en tu ‘smartphone’, normalmente asociada con algún tipo de promoción.

Pues esto que parece tan moderno ya lo inventó a principios de siglo -eso sí, con códigos de barras de los de toda la vida- un fabricante de electrónica llamado DigitalConvergence. Si no te suena, tranquilo: su invento, un cachivache con forma de minino que se conectaba al ordenador y permitía leer los códigos, no fue precisamente un éxito de ventas en las grandes superficies.

Se llamaba CueCat y generó tanto ‘hype’ como el portátil del millón de dólares. De hecho, los visionarios de DigitalConvergence llegaron a recibir financiación de empresas como Coca Cola o Radio Shack, que además regaló los lindos gatitos en sus establecimientos. Ni gratis los quería la gente. De hecho, el mítico Walt Mossberg, uno de los periodistas tecnológicos más prestigiosos del mundo, les dedicó una durísima reseña en The Wall Street Journal. En lo que respecta a la comodidad, “fracasa miserablemente”, decía. “Para escanear códigos de revistas o periódicos, tienes que leerlos delante del PC. Es antinatural y ridículo”. Un sacacuartos para que las multinacionales se rascaran el bolsillo.

Parpadea que algo queda

Ya sea porque te encanta cotillear las fotos de tus colegas en Facebook, porque los vídeos de gatitos te apasionan, porque eres un adicto al League of Legends o porque te pasas el día en la oficina (y quizá, además, trabajas), es probable que la pantalla del ordenador sea el paisaje más habitual que ven tus ojos. Pobrecillos, lo que tienen que aguantar… Menos mal que alguna empresa que otra piensa en ellos muy de cuando en cuando, como el fabricante japonés Masunaga que sacó al mercado en 2009 unas gafas de lo más peculiares.

Su cometido: que no se te olvide parpadear. No te rías, que nos ha pasado a todos. Con las Wink Glasses, la sequedad ocular hubiera sido cosa del pasado… si no fuera porque se les fue la mano con el precio (cerca de 250 euros) y porque su forma de pedirte que le dieras caña al parpadeo era un tanto estrafalaria: cuando uno de los ojos estaba quieto demasiado tiempo, la lente de turno se volvía opaca y te obligaba a guiñar el ojo.





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