Antonio Inoki
"Es difícil ver partir a los viejos enemigos, pero rezo por el alma de Muhammad Ali". Cuando el pasado 3 de junio murió Muhammad Ali, uno de los más grandes —sino el mayor— icono del boxeo en todo el mundo, Antonio Inoki pronunció estas palabras. 

Inoki no era boxeador, sino un luchador japonés de wrestling. Sin embargo, fue el protagonista de uno de los combates más difíciles que se recuerdan para Ali. 
Como recuerdan justo 40 años después del enfrentamiento, es el hombre "que casi amputa la pierna a Muhammad Ali".

Corría el año 1975 cuando Ali, ya por entonces una estrella global del boxeo, se reunió con el presidente de lucha amateur de Japón. La pregunta que hizo Ali, haciendo honor a su desmesurado ego, fue: "¿No hay ningún luchador oriental que sea un reto para mí? Le daré un millón de dólares si me gana".

Por supuesto, las palabras del boxeador resonaron por todo Japón. La prensa japonesa quería que el luchador fuera del país nipón, así que lo pusieron todo en manos de Antonio Inoki, un luchador que ya entonces había demostrado ser un duro reto para cualquiera.

Inoki está considerado el mayor luchador de la historia del wrestling japonés. Nacido en Yokohama, emigró a Brasil por problemas económicos de su familia durante la posguerra, momento en el que comenzó a demostrar su valía en campeonatos de lanzamiento de peso, disco y jabalina.

Pero la buena trayectoria de Inoki importaba poco a Ali. “Lo tumbaré en 10 minutos”, llegó a declarar, siempre aludiendo a la superioridad negra al haberse criado en los guetos de Estados Unidos.

Durante las ruedas de prensas conjuntas, Inoki se dedicaba a sonreír, inocente, sin entender nada de lo que decían, ya que no sabía inglés. Ali, por su parte, se metía con él para caldear el ambiente y a los medios de comunicación.

El combate llegaría el 26 de junio de 1976 en el estadio Budokan de Tokio. Inoki jugaba en casa, y 12.000 personas abarrotaban la sala. Otras decenas de miles de personas contemplaban, desde sus casa, lo que esperaban que fuera la “Batalla del Siglo”. Pero, aunque los dos terminaron con muletas, al final se trató de una lucha totalmente distinta a lo que era de e  sperar.

Nada más comenzar el combate, Inoki se tumbó en el suelo y comenzó a patear a su adversario. Ali, extrañado, gritó que se levantara y luchase cara a cara. Pero el japonés se negó, a pesar de los abucheos del público y de la presión mediática que estaba sufriendo.

La culpa, sin embargo, no era de Inoki.

Según la versión más extendida de la historia, para Ali todo aquello no era más que una parafernalia. Una lucha de exhibición en la que todo iba a estar ensayado y el estadounidense iba a acabar venciendo con una fulgurante ventaja. Pero, cuando Ali fue a ver a Inoki para preguntarle cómo iban a ensayar la lucha, el japonés se mostró desconcertado. “No hay ningún ensayo”, contestó.

El japonés se lo había tomado en serio, y a Ali esto no le hizo nada de gracia, por lo que consiguió que se reformaran las reglas para asegurarse una cierta ventaja. Entre otras normas, las patadas no estaban permitidias si se hacían de pie. Tampoco los golpes con el codo. Con ello, el estilo de combate de Inoki fue anulado al instante.

Además, si el equipo de Inoki hacía trascender esta información a los medios, el combate sería cancelado.

Al luchador japonés, pues, no le quedó más remedio que adaptarse a todo ello. Pero no se resignó a renunciar a las patadas. Debido a que las únicas prohibidas eran las que se daban de pie, decidió que se lanzaría al suelo cada vez que quisiera atacar de esta forma.

Inoki se centró en machacar las piernas de Ali durante todo el combate, mientras este hacía lo que podía para defensarse. Ya en el quinto asalto un golpe de Inoki estuvo a punto de tumbar al gigante del boxeo. Iba a ser un combate largo.

En total, Inoki dio 64 patadas y Ali tan solo 5 golpes. Eso sí, según el japonés, “todos me hicieron un moratón”.

El local se centró en atacar a una pierna que prácticamente había partido a Ali. Por ello recibió una queja del equipo del estadounidense, que dijo que escondía placas de acero en sus botas para hacer más daño. Sin embargo, al quitarse las botas, demostró que no era así. Aunque, tal y como diría más tarde, “había escondido algunas placas porque no había ninguna norma en contra de ello. Pero antes del encuentro me di cuenta de que no podía seguir adelante con ello”.

Al final de las 15 rondas brutales, y pese a la evidencia de que el combate se lo llevó Inoki, el jurado declaró que fue un empate y el dinero se repartió entre ambos. El público acabó abucheando a los dos combatientes.

Pero la peor parte se la llevó Ali.

El boxeador tuvo dos coágulos de sangre en su pierna afectada. Y, en una entrevista para The Guardian, el que fuera su promotor Bob Arum, dijo que estuvieron a punto de amputársela. Finalmente se recuperó. Pero su juego de piernas nunca volvió a ser el mismo.

Aun así, lo más sorprendente de esta historia es la amistad que ambos mantuvieron después del combate. Un año después de la pelea, Ali invitó a Inoki a su boda. A partir de entonces, ambos entablarían un vínculo que duraría muchos años.

Una relación que va más allá de la amistad, pues también compartían su manera de ver el mundo. En 1990, Muhammad Ali viajaba a Irak para negociar con Sadam Hussein la liberación de 15 rehenes estadounidenses. Antonio Inoki, a su vez, luchaba por la liberación de 41 japoneses secuestrados.

“Inoki y yo pusimos nuestros mejores esfuerzos en entablar la paz mundial a través del deporte, para demostrar que solo hay una humanidad más allá de las diferencias sexuales, étnicas o culturales”, dijo Ali cuando su buen amigo japonés se retiró.

Una lección más de dos luchadores que, por más que pase el tiempo, siempre serán recordados.




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