La cobra de cuello negro lanza su chorro de veneno con una precisión mortal. Escupe sólo en defensa propia, ya que prefiere inyectar su veneno directamente en la presa con sus colmillos, lo mismo que otras serpientes.
Si se siente amenazada, esta cobra retrocede, se yergue y dilata su cuello en señal de advertencia. Luego bombea veneno desde unas grandes glándulas que posee a cada lado de la cabeza.
El veneno sale disparado por un pequeño orificio situado cerca de la punta de cada colmillo, en dos chorros de rápida sucesión, que se convierten en un conjunto de finas gotas.
Algunas cobras escupidoras pueden pueden proyectar el chorro de veneno hasta una distancia de 2'5 metros, en un arco de hasta 70 cm.
El veneno es tan potente que sólo 1 gramo de veneno seco, podría matar a 165 seres humanos. Si alcanza a su víctima en los ojos, causa un dolor insoportable y puede dejarla ciega.




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