La mayoría de espectadores que van al cine cada fin de semana no son capaces de imaginar la sala sin el olor a maíz tostado impregnando el ambiente y sus dedos. Sin embargo, esta costumbre gastronómica de los espectadores no acompañó al séptimo arte hasta varias décadas después de sus inicios. Muy al contrario, los propietarios de las salas solían prohibir la entrada al recinto con comida.
Cuando comenzaron las proyecciones de películas de cine mudo, comer en la sala no estaba bien visto: el ruido que generaba cada espectador al ingerir sus alimentos causaba molestias entre un público que permanecía en silencio para concentrarse en seguir el argumento. Sus lujosas alfombras rojas y sus ricos teatros tampoco casaban con una clientela que estuviera meneando el diente durante toda la proyección.
Todo cambió con la llegada del sonoro, en 1927, cuando el número de espectadores aumentó de forma considerable. Y luego con el crack de 1929 en Estados Unidos. Allí, la Gran Depresión sumió al país en una crisis económica que dejó a la población sin un dólar pero con muchas ganas de evadirse de la realidad. En estas aguas revueltas pescaron los exhibidores de cine y los vendedores de palomitas. Los primeros llenando sus salas y los segundos poniéndose en la puerta para ofrecer un alimento barato -EE.UU. es uno de los principales productores mundiales de maíz- y que apaciguaba los estómagos por unos pocos centavos (un bowl grande puede tener hasta 1.200 calorías).
Rápidamente, los propietarios de los cines vieron un negocio en la venta de palomitas: primero ofrecieron a los vendedores ambulantes un hueco en sus pasillos para que repartieran su producto a cambio de un módico precio y después les prohibieron la entrada y montaron ellos mismos sus propios puestos. El proceso fue tan rápido que a finales de los años treinta las salas de exhibición norteamericanas ya estaban pobladas de puestos que vendían en su entrada todo tipo de alimentos. Y para 1945 las palomitas eran el producto estrella, gracias al encarecimiento de los dulces, fruto de la carestía de azúcar por la Segunda Guerra Mundial. La mitad de las palomitas que consumieron los estadounidenses ese año lo hacían en los cines, según datos del Smithsonian.
¿Por qué las palomitas son tan caras?
Encontrado el filón, a continuación solo había que desarrollar el modelo comercial en los cines. Los exhibidores pasaron a ser los únicos que controlaban el precio de las palomitas en sus salas y su venta se convirtió rápidamente en parte importante de los ingresos de estos comercios.
El producto tenía todos los ingredientes: era fácil de cocinar, se podía comer caliente y desprendía un olor que atraía al consumidor. Además, la materia prima era barata y su presentación (en bolsas o cajas de cartón) reducía los costes al mínimo.
Los cines de EE.UU. las vendían por centavos pero poco a poco fueron subiendo los precios hasta los precios actuales. Un precio muy por encima de su coste de fabricación, pero que permite a los cines completar los ingresos que obtienen con la venta de entradas.
Psicología y palomitas
Además, recientemente se descubrió que los espectadores que se han acostumbrado a comer palomitas en el cine seguirán haciéndolo, independientemente de la calidad como estén cocinadas, tal como afirma un estudio publicado por la Universidad Sur de California.
«Cuando hemos comido varias veces un alimento concreto en un entorno particular, nuestro cerebro trata de asociar la comida con ese entorno y nos hace seguir comiendo», explicaba David Neal, autor del estudio en el que pusieron a decenas de personas a comer palomitas en un cine.
Pero las palomitas también pueden ser aliadas del espectador: un estudio reciente publicado en el Journal of Consumer Psycology demostró hace unos meses que el efecto de los anuncios previos a la proyección del film quedan completamente invalidados si el espectador consume estos apetitosos granos de maíz.
Según los autores del informe, masticar interrumpe el lenguaje subliminal que se transmite cuando se proyecta un anuncio. Así que si quieres no recordar ninguno de los productos que intentan venderte, no guardes tus palomitas para el inicio de la película
El producto tenía todos los ingredientes: era fácil de cocinar, se podía comer caliente y desprendía un olor que atraía al consumidor. Además, la materia prima era barata y su presentación (en bolsas o cajas de cartón) reducía los costes al mínimo.
Los cines de EE.UU. las vendían por centavos pero poco a poco fueron subiendo los precios hasta los precios actuales. Un precio muy por encima de su coste de fabricación, pero que permite a los cines completar los ingresos que obtienen con la venta de entradas.
Psicología y palomitas
Además, recientemente se descubrió que los espectadores que se han acostumbrado a comer palomitas en el cine seguirán haciéndolo, independientemente de la calidad como estén cocinadas, tal como afirma un estudio publicado por la Universidad Sur de California.
«Cuando hemos comido varias veces un alimento concreto en un entorno particular, nuestro cerebro trata de asociar la comida con ese entorno y nos hace seguir comiendo», explicaba David Neal, autor del estudio en el que pusieron a decenas de personas a comer palomitas en un cine.
Pero las palomitas también pueden ser aliadas del espectador: un estudio reciente publicado en el Journal of Consumer Psycology demostró hace unos meses que el efecto de los anuncios previos a la proyección del film quedan completamente invalidados si el espectador consume estos apetitosos granos de maíz.
Según los autores del informe, masticar interrumpe el lenguaje subliminal que se transmite cuando se proyecta un anuncio. Así que si quieres no recordar ninguno de los productos que intentan venderte, no guardes tus palomitas para el inicio de la película