El hombre lobo existió.
En España hubo un hombre (¿o mujer?) que mataba y devoraba con sus manos y dientes en las noches de luna llena.

Si hay en territorio español un caso que permanezca en la celda más oscura del cerebro humano es el de Romasanta, el licántropo gallego que asesinó al menos a 9 mujeres y niños en el siglo XIX.

Empujada por el interés popular por el caso, la Consellería de Cultura de la Xunta de Galicia acaba de publicar la documentación disponible en el facsímil La causa contra Manuel Blanco: el hombre lobo.

Este es un viaje a las tinieblas.

El amigo de las mujeres
Manuel Blanco Romasanta, nacido en 1809 en un pueblecito de Ourense, se dedicaba a la venta ambulante. Después de enviudar por causas naturales en 1834, su fama creció en la Galicia rural: se decía que vendía un ungüento hecho de grasa humana. La policía se puso sobre su pista.


Se le acabó acusando de la muerte de un alguacil en Ponferrada, pero Romasanta huyó. Se escondió, rodeado de ganado, durante meses en una aldea gallega abandonada. Cuando reapareció en 1843 lo hizo para contactar con varias mujeres del pueblo orensano de Rebordechao.

Su modus operandi era de lo más sencillo: se ganaba la confianza de mujeres en cuyos hogares no había ningún varón adulto. Les decía que les había conseguido trabajo como sirvientas en otras zonas de Galicia o en Santander. Las mujeres accedían a ir con él y llevaban con ellas a sus hijos.

Todo era mentira. Mataba a las mujeres, les robaba y hacía creer a sus familias que seguían vivas, escribiéndoles cartas que firmaba con el nombre de sus víctimas.

Era 1851. Romasanta volvió loca a la policía durante meses, pero finalmente lo detuvieron en un pueblo de Toledo. Había sido reconocido por campesinos gallegos que hacían allí la siega.

El misterio solo había comenzado.

Una confesión increíble
Romasanta confesó que había matado a trece personas, cuatro más de las que pensaban las autoridades.

El escalofrío llegó con el motivo alegado: el maleficio de algún pariente, que le hacía convertirse en hombre lobo las noches de luna llena.

"Me encontré con dos lobos grandes con aspecto feroz. Me caí al suelo, comencé a sentir convulsiones, me revolqué tres veces sin control y a los pocos segundos yo mismo era un lobo", dijo Romasanta en los juzgados.

"Atacamos y nos comimos a varias personas porque teníamos hambre", confesó aquel hombre.

El juicio de 1853 concluyó con una sentencia firme. Romasanta no estaba enfermo; era un asesino de mujeres y niños. Aunque no había cadáveres, él debía morir mediante el garrote vil.

Licantropía e hipnosis
Romasanta se libró de la pena de muerte con la aparición de un misterioso francés, el doctor Philips. Con Romasanta ya condenado, Philips convenció a la reina Isabel II, mediante una carta ahora publicada por la Xunta, de que el gallego padecía un trastorno llamado licantropía, que le exculparía de la responsabilidad homicida.

La licantropía no es otra cosa que un síndrome psiquiátrico que hace al paciente creer, a través de alucinaciones, que es o puede transformarse en un animal. En términos estrictamente médicos se asocia a episodios psicóticos relacionados con la esquizofrenia o el desorden bipolar.

No existe un diagnóstico específico y único de licantropía.

El misterio es que Philips nunca llegó a España para someter a hipnosis a Romasanta, tal y como pretendía. No obstante, la reina Isabel II indultó sin alegar motivo alguno al gallego, que quedaría así condenado a cadena perpetua.

La leyenda del sacaúntos

De Romasanta se decía que vendía la grasa de sus víctimas. La vendía a farmacias de Portugal, contaban. No es extraña la leyenda si tenemos en cuenta que se han encontrado libros de la época que hablaban bien de las propiedades de la grasa humana para paliar la alopecia o la epilepsia.

De allí el sobrenombre gallego de sacaúntos o asustanenos. Su nombre ha sido durante décadas coartada de padres que deseaban que sus hijos se durmieran pronto.

Sin embargo, su personalidad ha sido objeto de fascinación para psiquiatras, abogados y amantes de lo desconocido en general.

En el juicio, los forenses que lo examinaron le describieron como normal, agradable, talentoso e inteligente. Le negaron ser un idiota, un maníaco, un ser imbecilizado. Al revés: pensaban que era simplemente un asesino y su coartada animal fue considerada "una blasfemia".

Que, según su relato, pudiera recordar lo sucedido mientras era lobo, fue decisivo para condenarle.

¿Lobishome o lobismuller?
El misterio de Romasanta adquiere incluso tintes sexuales: a día de hoy no está claro si el hombre lobo gallego fue hombre o mujer. Según investigaciones de Fernando Serrulla, un forense del Instituto de Medicina Legal de Galicia,Romasanta habría sido una mujer con un extraño síndrome de intersexualidad.

La realidad es que Manuel fue bautizado como Manuela por sus padres al nacer. La causa estaba en sus genitales. Inicialmente, sus padres consideraron que el bebé tenía un clítoris de gran tamaño aunque finalmente pensaron que era un micropene y quitaron la "a" final del nombre.

Algunos historiadores le describen como de alguien con facciones "tiernas". De cortísima estatura – medía 1,37–, Manuela, según el doctor Serrulla, habría sufrido de hermafroditismo femenino. El forense atribuye su fisonomía virilizada a sus hormonas masculinas. El instinto homicida también se lo otorga al hombre que luchaba dentro del cuerpo de Manuela.

Serrulla se apoya además en pruebas del sumario judicial, que describen a Romasanta disfrutando de "oficios mujeriles" tales como "hilar, calcetar o cardar lana". Otras fuentes asumen que Romasanta era considerado afeminado por estar habitualmente rodeado de mujeres.

¿Asesinato en grupo o psicosis alucinatoria?
Romasanta declaró ante el juez haber sufrido el maleficio durante trece años. Los únicos testigos de su transformación animal fueron, según su confesión,don Genaro y don Antonio.

Así habla Manuel en la documentación oficial: "Nos convertíamos los tres en lobos, nos desnudábamos y nos revolcábamos en el suelo, y después acometíamos y devorábamos a cualquiera, quedando únicamente los huesos. A veces conservábamos ocho días la forma de los animales dañinos".

Al recobrar forma humana, "los tres nos poníamos a llorar", contó Romasanta.

Inexplicablemente, la justicia no pareció interesarse por esos dos individuos. Posiblemente pensaban que eran lobos reales a los que la mente de Romasanta atribuía forma humana.

Sea como fuere una realidad que posiblemente nunca conozcamos, los dos mil folios de su causa judicial convierten a Manuel Blanco Romasanta en un caso fascinante: un hombre lobo documentado.

Hoy no se podría condenar –mucho menos a muerte– a aquel vendedor ambulante con su relato de haber matado a una decena de personas por una maldición que le convertía en lobo. Esa fue la única prueba del caso.

El lobishome, hombre lobo gallego, Romasanta, o quizá simplemente un psicótico que sufría de alucinaciones, murió de cáncer de estómago en la cárcel de Ceuta en 1864.

No hay ningún dato sobre él entre su condena y su muerte. Su cuerpo fue arrojado a una fosa común. Nadie lo reclamó.

Que a día de hoy no se haya localizado ni su cadáver ni el de sus víctimasagiganta el misterio en torno a todo lo que ocurrió en aquella época negra como la sangre seca...





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