Desde hace varios siglos, muchos colectivos han creado lenguas paralelas a su idioma materno, con el fin de comunicarse con otras personas afines sin que los demás los entendieran. Un ejemplo clásico es el de los criminales. Además, mendigos y otras personas fuera de las convenciones sociales o con un fuerte sentido de repulsa a la autoridad han recurrido también ha estos peculiares idiomas alternativos.

Así, se pueden llegar a dar situaciones confusas. Puede que, por ejemplo, una persona vaya por la calle y oiga una conversación entre dos personas. Escucha algo que no entiende: “Pásame la ‘facorra’”. ¿’Facorra’? ¿Qué es eso? No le suena en ninguno de los idiomas que conoce. Sigue adelante y escucha algo tan enigmático como lo anterior: “¿Has escondido tu ‘tarta de chocolate’ a ‘Penélope’?”. ¿Quién es Penélope y por qué le han escondido una tarta de chocolate? Probablemente, esa persona se haya cruzado con otras que renuncian a los idiomas conocidos y crean su propio vocabulario solo para despistar.

El mapa de estas ‘antilenguas’ es de lo más variado y va desde la barriada más pobre hasta el más anodino barrio de clase media de gran ciudad. En cualquier caso, si no somos capaz de entender las palabras unidas, probablemente no pertenezcamos a esa ‘antisociedad’. Lo único que se puede hacer es intentar penetrar en ella y convertirse en uno más de la familia.
Criminal

Para conocer el origen de estas nuevas y particulares lenguas hay que remontarse, al menos, hasta el siglo XVI, cuando un juez británico llamado Thomas Hartman ofrecía comida y dinero a todos los mendigos que pasaban por la puerta de su casa. Lo único que pedía a cambio era unas palabras. Si no, los llevaba a prisión.

Estas palabras formaban parte del ‘Thieves’ Cant’, algo así como “palabrería de ladrones”, el argot que utilizaban entonces los mendigos y los cacos ingleses para burlar al resto de la sociedad. Gracias a sus conversaciones con aquellos vagabundos, el juez Hartman pudo escribir un libro que recogiera todo ese vocabulario. Tras él, muchos otros autores se dedicaron a investigar aquellos y otros vocablos igual de retorcidos e intrigantes. Junto a ello, informaban sobre la estructura interna de los grupos de mendigos.

La influencia de estas jergas llegan hasta nuestros días: en 2009 se supo que los presos de una cárcel inglesa usaban un viejo argot isabelino para comunicarse entre sí, algo que los guardias no habían sido capaces de descifrar. ¿De verdad era inglés? Con el tiempo, descubrieron que, por ejemplo, ‘inick’ hacía referencia a un teléfono o a la SIM de un móvil, objetos muy codiciados allí dentro. En el Ministerio de Justicia pidieron una mayor vigilancia en las prisiones.

En Nueva Zelanda también existe una ‘antilengua’: el ‘boobslang’. Un estudio para recoger todo el vocabulario que lo forma registró más de 3.000 acepciones en 200 páginas. Allí, un ‘beso de buenas noches’ no es una caricia precisamente, sino un puñetazo para dejarte KO, así que cuidado si algún delincuente se pone un poco cariñoso.

Fue en los años 70 del siglo XX cuando un lingüista británico, Michael Halliday, acuñó el término ‘anti-language’ (antiidioma) para hablar de esas palabras a los márgenes de la sociedad. En ocasiones, los términos son totalmente inventados; en otras, se trata de palabras o expresiones que ya existen pero a las que se les da un giro metafórico, y en otras, un simple cambio de letras o adición de sílabas en vocablos ya existentes.

Los ‘antiidiomas’ que sí deberías conocer
No obstante, no solo los malos deciden rebelarse contra el idioma y crear su propia especialidad. También lo hacen aquellos colectivos que tienen que esconderse por miedo, como hicieron los homosexuales británicos a comienzos del siglo XX con la lengua Polari: echar un ‘vada’ al ‘bona aomi’ era echar un vistazo a un hombre guapo con el que te cruzabas. Si decías esto a otro hombre y él te entendía, quedaba claro que ambos eran homosexuales, sin necesidad de exponerse. 

Las antilenguas también saltaron a la literatura: solo hay que recordar el lenguaje Nadsat que hablaba el protagonista de ‘La naranja mecánica’, la novela de Anthony Burgess llevada al cine por Stanley Kubrick.

Incluso en España hay antiidiomas que pueden provocar más de un dolor de cabeza. Es el caso del batallete en Orense. Creado por los numerosos afiladores de la provincia hace décadas, muchos de sus términos han pasado al habla de las zonas rurales. Así, cuando alguien va a misa, puede decir que va a la ‘berxena’ o iglesia. Y si en un bar un cliente pide un ‘cafurrio’ es que querrá tomarse un café.

En cambio en la localidad de Cantalejo, en Segovia, triunfa la gacería, un lenguaje que inventaron los mercaderes de ganado hace mucho tiempo y con el que se defienden muchos de los vecinos de esta localidad de 3.000 habitantes. Allí, las ‘monchetas’ son las alubias que te comes un frío día de invierno, que puedes acompañar con ‘triunfas’ o papas. 

Por lo tanto, si alguien quiere triunfar (nunca mejor dicho) con los ‘briqueros’ (o lo que es lo mismo, con un oriundo de Cantalejo), que intente aprender su lengua. La de los ladrones ingleses no es necesaria. Podemos vivir sin saber qué significa “¿has escondido tu tarta de chocolate a Penélope?”.



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