Si hay algo peor que pisar una caca de perro es tener a alguien al lado que te diga que da buena suerte.

No hay que ser muy observador para darse cuenta de que se trata de un placebo emocional. El tipo de cosas sin ningún sentido que nos gusta decirnos a nosotros mismos para no deprimirnos. Sobre todo, cuando nos vemos obligados a vivir en un mundo en el que nadie está exento de mancharse con la mierda de los demás.

Es como cuando te obligas a pensar que no pasa nada por no poder irte de vacaciones otro año más. Total, el dinero no da la felicidad... ¿O sí? Porque, ¿desde cuándo hay una regla de tres que haga, automáticamente, infeliz al rico y mágicamente feliz al pobre?

De todos modos, aunque fuera verdad y el dinero no diera la felicidad, ¿a quién no le gustaría estar lamentándose en una casa en primera línea en la playa?

Si la lógica no te parece suficiente para desmontar el mito, hasta los estudios han contradicho de pleno la frase popular. En particular, uno reciente de la universidad de Colonia que demuestra lo ligada está nuestra situación financiera a la de nuestra mente. Y es que, el dinero no solo cubre nuestras necesidades básicas, se ha demostrado que, cuanto más altos son nuestros ingresos, menos proclives somos a la soledad.

Aunque tampoco nos vengamos arriba. El dinero sigue sin dar la felicidad per se. Sin embargo, según los estudios, cuanto más alta sea la cifra de nuestra cuenta del banco, más felices seremos.

Entonces, ¿por qué seguimos empeñados en repetir lo contrario?

La respuesta está en la psicología positiva. Durante los últimos 20 años, occidente ha sido invadido por este movimiento que estudia la felicidad y cómo mejorarla. Una disciplina académica que se basa en la idea de que nuestras circunstancias personales afectan mínimamente a nuestro grado de felicidad. En cambio, lo que realmente importa es la actitud que tomemos ante ellas.

Algo así como que, con solo con pensar en positivo, se pude salir airoso de cualquier situación o desgracia. Una insistencia en el esfuerzo personal que desprende un tufo ideológico. O dicho de otro modo, los preceptos de la psicología positiva son una especie de extrapolación de las ideas neoliberales al terreno de las emociones.

Aquellos que la han estudiado defienden, a veces respaldándose en estudios dudosos, que el dinero es de mínima importancia para el bienestar de una persona o que incluso puede minarlo. Da igual que sea lo que paga el alquiler, la comida y hasta la sanidad de una persona.

Tal vez, uno pueda pensar que, aunque sea un consuelo de tontos, esta corriente puede ayudar, al menos, a la gente a no ofuscarse ante circunstancias adversas. Sin embargo, es una idelogía perversa que actúa como un sedante conformista. En Estados Unidos, el país dónde surgió la psicología positiva, un 14% de la población gana un salario que se considera en el umbral de la pobreza y, a casi la mitad le costaría afrontar el pago de 400 dólares en una emergencia inesperada.

Por lo tanto, nos han hecho creer que el dinero es, en realidad, irrelevante cuando se encuentra en el corazón de la misma y solo admitiendo su importancia podremos conseguir que, algún día, dejen de recortárnoslo.







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