Entre 10 y 100 billones de microorganismos habitan en nuestro intestino. Este microbioma tiene alrededor de 150 veces más genes que nuestro propio genoma. En total, contenemos unas 1.000 especies y más de 7.000 cepas distintas de bacterias en nuestras vísceras. Unos datos asombrosos que vuelven a poner de manifiesto la complejidad de nuestro cuerpo.
Por ello mismo, parece evidente que nuestras entrañas no funcionan de manera aisalda, sino que tienen una función muy importante para nuestra salud mental y estado anímico. Así lo afirma Ted Dinan, un experto en el tema que descubrió juntó a sus compañeros de la University College Cork lo que ahora conocemos como “psicobióticos”; bacterías que benefician a nuestro cerebro y que pueden llegar a curar enfermedades mentales.
Ya en el siglo XIX, un cirujano del Ejército de EEUU llamado William Beaumont se convirtió en un pionero de la fisiología gastrointestinal al detectar, a través de las secreciones gástricas, que el estado de las bacterias puede alterar nuestro estado de ánimo.
Durante el siguiente siglo, la investigación de las enfermedades mentales avanzó rápidamente. Esto también derivó en la evidencia de que el aparato digestivo puede contribuir a factores cerebrales como la fatiga o la neurosis.
Ahora sabemos con certeza que el sistema digestivo y el nervioso tienen una compleja línea de unión a través del llamado “ eje intestino-cerebro”. Gracias a este eje, las bacterias pueden llegar a enviar mensajes químicos al cerebro a algunas cepas de bacterias intestinales que pueden secretar neurotransmisores muy potentes.
En un estudio de Dinan, él y sus compañeros alimentaron a algunos ratones con alimentos probióticos y descubrieron que se comportaban con menor ansiedad que el resto. Además, eran más propensos a aventurarse en las partes más abiertas del laberinto. Al parecer, esto se debe a que tenían mayores niveles de GABA, un neurotransmisor que ayuda a calmar la ansiedad.
En otro estudio externo, un equipo de investigadores transplantó microbios de la tripa de un ratón a otro. Y encontraron que el segundo mostró rápidamente comportamientos que estaban relacionados anteriormente con el primero.
Pero, por el momento, todo lo que existe es pura literatura científica y diversos experimentos en animales que nunca se han probado en seres humanos. Por ello, una revisión de lo publicado hasta el momento publicaba el pasado octubre que “ no hay pruebas suficientes para demostrar la eficacia de las intervenciones probióticas en los resultados psicológicos”.
Pero la falta de pruebas en humanos no menoscaba la evidencia sobre una relación entre el intestino y el cerebro. Simplemente deja claro que es una conexión muy compleja de estudiar y que, por lo tanto, necesitará un estudio mucho más elaborado antes de que se puedan establecer conclusiones concretas.
Eso sí, parece que estamos en el camino de conseguirlo. Un proyecto del Instituto Nacional de Salud Mental ha otorgado 3,7 millones de dólares en subvenciones para estudiar esta relación, por lo que pronto podríamos tener algunos datos más esclarecedores.
Eso sí, parece que estamos en el camino de conseguirlo. Un proyecto del Instituto Nacional de Salud Mental ha otorgado 3,7 millones de dólares en subvenciones para estudiar esta relación, por lo que pronto podríamos tener algunos datos más esclarecedores.